Este viejo reaccionario que ahora nos gobierna no era el mismo joven prematuramente canoso que hace un año hacía campaña. Nunca fue especialmente brillante. A mi ese tipo de jóvenes obedientes, medio lambiscones con sus superiores, que creen que la cultura son mochilas que se venden en centros comerciales, siempre me han despertado el más profundo de los desprecios. Pero hace un año no podríamos acusar a Iván Duque de ser una mala persona. Era limitadito, pero no podíamos acusarlo de enemigo de la paz. Dificilmente podríamos asociarlo al mismo bando al que pertenece la Cabal.
En sus ocho meses de mandato Duque se está transformando en un odioso clon de Uribe, en un golem sin el carisma diabólico de su creador. En algún momento de la campaña presidencial tuvimos la esperanza de que Iván era un uribista moderado, que iba a romper con el ala más radical del Centro Democrático. La furia que despertaba su candidatura en energúmenos como Ricardo Puente y Fernando Londoño era una invitación a la esperanza. Nos alcanzamos a preguntar, incluso, si este muchacho iba tener vida propia, si el hada madrina no convertiría a la marioneta en un niño real. Pero este saludo emocionado al patrón, el mismo día de su posesión presidencial, nos acabó la ilusión:
El siete de agosto del 2018, en esa fría tarde de nuestro infortunio, hubo dos discursos. Uno moderado que fue el de Duque y otro furioso, lleno de bilis, venganza y mentiras que fue el de Ernesto Macías. Ocho meses después comprobamos que el discurso oficial fue el que leyó el presidente del Senado. Ese discurso prefiguró este caos que es Colombia. Ese discurso es el que está obligado a repetir ya a asumir desde que Uribe le hiciera esta advertencia pública:
Y, para su propia desgracia, hizo caso y enderezó el camino. Para congraciarse con su jefe quiso objetar la JEP, un round que perdió y en donde salió debilitado sin el apoyo de César Gaviria y los liberales además de condicionar su relación con Cambio Radical. El pacto nacional es un espejo roto. Se enfrascó en un demencial apoyo a Juan Guaidó, el autoproclamado segundo presidente venezolano, que lo favoreció en febrero pero que tres meses después, viendo el fracaso de la oposición en Venezuela, le ha costado el 60 % de desfavorabilidad que tiene en el país.
Yo creo que Duque se merece un destino diferente. Uribe debería tener piedad de él. Debería dejar de encarnarlo, dejarlo morir con sus ideas y no con sus imposiciones: que muera con sus zapaticos de niño aplicado y no con los crocs del presidente eterno. Este no es él. Basta ver el Twitter para ver lo que pensaba del matrimonio gay en el 2012, del fracking durante la campaña, del mismo proceso de paz. Incluso la gente que lo conoce, que ha estado con él, saben que existe un Duque en la intimidad y otro cuando está frente a una cámara de televisión y se convierte en títere.
Una muestra de esto fue su visita a la exposición El Testigo, que resume la obra del gran artista Jesús Abad Colorado. Por su propia iniciativa fue al segundo piso del claustro de San Agustín y se conmovió al ver el rostro de Matilde ante la brutalidad de la guerrilla de las Farc en Machuca, de los hornos crematorios de los paramilitares en Norte de Santander, de los horrores que cometió el ejército en el Cauca. Estaba realmente compungido, avergonzado, como todos los colombianos que nos hemos enfrentado ante el brutal realismo de Abad Colorado. El momento terminó abruptamente cuando sus asesores, que lo esperaban en el primer piso, empezaron a quejarse de lo sesgado que era el fotógrafo al retratar solo a unos actores del conflicto. Sus asesores –iba a escribir sus captores- ni siquiera habían visto una sola foto de Abad Colorado. Como buenos uribistas no necesitaban ver para creer. La versión oficial de lo que Duque sintió ante la exposición queda resumida en el simplismo ramplón de este trino:
El joven Duque debería pensar más su papel en la historia. Está siendo nefasto para Colombia que él se conforme con ser el hombre que le lleva razones y que ejecute lo que mande el patrón. Con esa fórmula va a ser uno de los presidentes más despreciados en doscientos años de esta falsa democracia. Nada perderá con revelarse. A lo sumo se ganará una insultada de Uribe y de pronto hasta evite este oso histórico que está resultando su presidencia.