Hay una diferencia honda entre Juan Manuel Santos y Enrique Peñalosa. Mientras que Santos es lo que es políticamente gracias a Uribe; Peñalosa ha sido lo que ha sido, pese a Uribe. Y eso marcará un quiebre importante en las próximas elecciones presidenciales.
No me cabe duda que en las actuales circunstancias, Uribe moriría por bailar de nuevo el Aserejé con Peñalosa montado en una tarima, como ocurrió en la campaña para la Alcaldía de Bogotá en el año 2011, en un acto, recordarán ustedes, bochornoso para la vista y la estética de la danza, pero muy normal en la política colombiana.
Una reciente caricatura de Matador es mucho más elocuente que mi argumento. En ella se ve a Uribe hincado con un ramo de rosas susurrándole a Peñalosa, “me gustas cuando callas, porque estás como ausente”. Pero Peñalosa, que está vestido como una mujer recelosa e indiferente, le da la espalda. Detrás de la pareja está Óscar Iván, con la mirada desengañada de un novio que ha conocido el despecho.
Desde hoy vaticino que Peñalosa no se aliará con Uribe. Uribe se le pegará en segunda vuelta, que es muy distinto. Y en esto debo decir que por primera vez, desde que tengo uso de razón, estoy de acuerdo con María Isabel Rueda, cuando dijo que al uribismo no le importará apoyar a Peñalosa, aún sabiendo que su posición frente al proceso de paz es ratificar al equipo negociador.
Y tiene razón porque el proceso de paz para el uribismo es un mero potranco electorero de batalla, que busca extirpar, de lo más profundo de nuestras conciencias, un rencor hacia las Farc que ellas mismas se han ganado a pulso a punta de desangrar al país con la excusa de una sociedad más igualitaria.
El uribismo busca que como ciudadanos potenciemos aquel odio bajo el influjo del blanco y negro. Hablan de impunidad, pero cierran los ojos a esa verdad de a puño que tanto duele: y es que ni las Farc se pudieron tomar el poder ni el Gobierno de Uribe logró derrotarlas.
Para el uribismo es impunidad que un guerrillero vaya al Congreso, pero no es impunidad que el exparamilitar Jorge Iván Laverde Zapata, alias el Iguano, quien confesó más de 3.000 asesinatos como integrante de las Auc, esté pronto a recobrar la libertad por haberse sometido, en el Gobierno de Uribe, a un proceso de paz. Así se ven las cosas cuando se miran con el velo del blanco y negro.
Pero la realidad es algo más compleja. El blanco y negro no permite ver que la Justicia Transicional es un corte de cuentas entre un periodo que niega la democracia y otro que busca reafirmarla, para lo cual se teje un proceso en el que debe haber justicia y cárcel para los victimarios, pero también mucha verdad, reparación a las víctimas y garantías de no repetición.
Y por eso es que no me extraña que Uribe termine apoyando a un candidato que pretenda continuar con el proceso de paz, pues su fin último es acabar con Santos y cobrar una traición personal, así sea contradiciendo su propia retahíla.
Y hoy es posible, no sabemos mañana, que ese apoyo sea significativo para elegir al próximo presidente de Colombia. Pero que sea significativo no quiere decir que sea absolutamente determinante. Si algo quedó demostrado en las pasadas elecciones al Congreso, es que Uribe sigue siendo una fuerza política importante, pero no la mayoritaria.
Cada vez está siendo más evidente, que las soluciones que este país necesita no se ciñen a la lógica del blanco y negro, a la del liberal y el conservador, a la del “para” y el “guerrillo”, al del derechista y el izquierdoso; pues cada uno de ellos, desde sus propios extremos, terminan siendo la misma cosa. Hace mucho lo había dejado salir Gabo en las páginas de Cien años de soledad: “la única diferencia entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco; y los conservadores, a la de ocho”.
