Con la propuesta de prolongar legalmente el período del mandato de Duque quedó en evidencia el deseo uribista de quedarse en el gobierno con un suave golpe de manos, guardando así sus reservas fuertes para el futuro, sin tener que agotar la totalidad de su potencia política en la campaña de 2022. Con ese intento quedó claro que el uribismo no se detendrá ante nada con tal de sostenerse en el mandato político del país.
Esa maniobra tan burda nos revela sin duda el declive de su fuerza, mas no por ello nos encontremos en el posuribismo, como opinan algunos. No creo que la impopularidad de Duque, los enredos judiciales de Uribe y las confrontaciones parlamentarias sean suficientes para definirle su momento final.
Establecer que los votos de Petro en el 2018, las elecciones locales de 2019 y el levantamiento de noviembre de 2019 sean suficientes para que el uribismo caiga es un error.
Esta terrible fuerza está en el gobierno, y además está asegurándose de que todas las ramas del poder y todos los órganos de control queden bajo su mando para las próximas elecciones.
No podemos olvidar que el uribismo es la respuesta de la derecha atemorizada ante el peligro real o supuesto del triunfo de una revolución popular. Por ello no se detiene ante nada con tal de conservar el poder.
Porque Uribe representa en general una gran masa de la población que se derechizó. Vale decir una población que se atemorizó ante los desafueros de las Farc y la posibilidad de que la patria fuese llevada a la misma situación de escasez y penuria de la hermana Venezuela.
Independientemente de que estuviésemos ante una posible revolución o no, lo cierto es que las Farc, con sus asaltos y secuestros, alarmó al país. La gente creyó que una revolución social estaba en curso, y la derecha encontró en Uribe el salvador —fanático sin límites, y capaz de responder sin miramientos ante el avance de las Farc— y le entregó las riendas del poder.
Entender a Uribe como la simple representación de una derecha excluyente, ávida de riquezas, dinero, tierras y poder nos deja cortos en la comprensión de fenómeno, y en consecuencia muy cortos en una respuesta política que sea capaz de derrotarlo.
Uribe es un defensa. Ha sido la fuerza estratégica de contención contra un supuesto levantamiento popular en curso. Y en esa batalla defensiva se supone que todo está permitido.
Él tratará de ganar de nuevo usando todos los métodos tácticos electorales que sean necesarios, no importa cuáles, y no cederá el poder sin dar lucha. Ante su declive político y con un ambiente internacional desfavorable, hará un juego de manos y cederá el gobierno a un personaje menos implicado en sus enredos.
Este tendrá una cara menos agresiva y más administrativa, pero estará comprometido hasta la médula en la defensa del régimen exclusivista y corrupto que han armado. Por ejemplo, alguien que encajaría en ese perfil sería Alejandro Char.
No creo que a la derecha le sea difícil revivir el miedo y la angustia de pasadas elecciones para la campaña del 2022. Basta con inactivar las fuerzas armadas y dejar que el país avance por el despeñadero de la violencia política y delincuencial, y darle aire de nuevo al tema de Venezuela y el socialismo, para llevar a millones de manos temblorosas a votar por su candidato de la seguridad democrática.
Existe una posibilidad real de enfrentarlo con un proyecto común que sirva a toda la población colombiana. Estamos aún a tiempo, la oportunidad de las elecciones de 2022 no se puede dejar perder. Se requiere una gran alianza política para sacar al uribismo del gobierno, porque lo peor de la situación no se podrá superar con ellos gobernando.
La gran alianza alternativa, ese anhelo del pueblo colombiano, no puede estar condicionada de antemano a un mecanismo de consulta para escoger el candidato de la coalición, con candidatos ya determinados de facto. Con los antecedentes políticos que tenemos de división y confrontación entre todos los alternativos es imposible hacer una consulta que nos una.
Su resultado, fuese el que fuese, mantendría la división a la hora de las votaciones, y con ello les aseguramos a los mismos de siempre la permanencia en el gobierno. Es necesario hacer todas las reuniones que sean indispensables entre las diversas fuerzas alternativas hoy confrontadas hasta encontrar un consenso sobre las personas que nos pueden representar.
Hay que buscar nombres que unan y no dividan, con una plataforma política, social y económica mínima, que nos recoja a todos contra la corrupción, el abuso de los ricos, la violencia, el desempleo, la improductividad y la mala administración; banderas que pueden recoger a la gran masa de la población, sean alternativos o no.
Necesitamos corregir ese mal tradicional de egoísmo, sectarismo y exclusión que sobrellevamos, el mismo que nos impide entender la política como un juego de fuerzas, alianzas y rompimientos, sin afanes, sin angustias, con acumulación y perdida, sin derrotas ni triunfos definitivos. Esto es lo que nunca antes hemos podido hacer y lo que algún día tendremos que empezar si queremos formar un país y una sociedad democrática.
