Yo no creo que Maria Fernanda Cabal se mande sola dentro de su partido. Ella es una ficha más dentro del entramado que maneja a su antojo, con el carácter autoritario con el que se ha caracterizado desde que apareció en la escena política como fugaz alcalde de la Medellín de Pablo Escobar, el expresidente Álvaro Uribe. Él es el titiritero detrás de este horrible Muppet. De él fue la idea de hacer bromas sobre los 150 muertos que dejó el ataque de Isis en París para meter en el baile los diálogos de paz en La Habana; él fue quien usó a su Representante a la cámara para que escribiera que Gabo se incendiaría en el infierno junto a su amigo Fidel Castro, y de él fue la idea de crear una campaña en Twitter que bautizó #CamiloesMuerte aprovechando la conmemoración de los 50 años de muerte del cura guerrillero.
Irónico que un tipo que se precia de haber dado de baja a los asesinos de su padre, que mientras fue director de la aerocivil en 1983, le despejó el camino a los narcos que inundarían de sangre a Colombia en los años ochenta, que, mientras fue gobernador de Antioquia, armó con armas sofisticadas, de largo alcance, a más de 200 mil campesinos de su departamento llevando el terror e imponiendo un modelo que le permitiría a los ricos ser todavía más rico y a los pobres más pobres.
En 1995, cuando asume como Gobernador, Antioquía tenía sólo dos municipios con problemas de violencia Tres años después todo el departamento estaba en guerra. En 1994 se presentaron 621 homicidios, en 1998 estos se habían disparado a 1.573 por año. El secuestro, bajo su mandato, aumentó un 68 por ciento. Sí, armar a la población no fue una buena idea, a no ser que lo que se hubiera buscado no fuera pacificar a Antioquia sino favorecer a los terratenientes, a los asesinos, a los narcotraficantes que conocían a su padre, Alberto Uribe Sierra, el hombre que se había ganado la admiración y respeto de hacendados tan prósperos como Pablo Escobar.
A Uribe no le conviene hablar de muertes. Se sospecha sobre su participación en la muerte de Pedro Juan Moreno, quien fuera su secretario de gobierno en Antioquia, se le acusa de haber prestado un helicóptero para que ocurriera la masacre del Aro, se dice que se hincó de hombros ante las atrocidades que los paramilitares cometieron en la operación Orion y que está convencido que a las FARC no se les puede doblegar conversando sino a punta de plomo.
A ese carácter guerrerista y asesino se le atribuyen los escandalosos niveles de popularidad que alcanzó mientras fue monarca; nadie como él supo interpretar los deseos asesinos de Colombia, de la fascistoide Colombia, de la ignorante Colombia. Uribe hace esta horripilante campaña para empezar a sembrar de minas el camino al diálogo con el ELN. Llamar asesino a Camilo Torres es una falacia.
Afortunadamente el país ha cambiado y aunque en algún momento de ayer el hashtag de la marioneta Cabal llegó a ponerse de tendencia, el discurso del odio parece que está pasando de moda aunque, después de que el pabloescobarismo llegó al poder en el 2002, cualquier cosa puede pasar en la bella y estúpida Colombia. Una de ellas es que un sospechoso de asesinatos insinúe que un sacerdote que nunca mató a nadie signifique muerte. Debería, al menos por prudencia, mantenerse alejado de la candela. Que alguien le avise al senador que tiene rabo de paja.