En 2001, al conocer que no sería avalado como candidato por el Partido Liberal, Álvaro Uribe emprendió campaña a las elecciones presidenciales con el Movimiento Primero Colombia. Sabiendo que era poco conocido por fuera de Antioquia, se presentó ante el país con una campaña enfocada en lo local: espacios de comunicación directa en foros, fiestas, etc.; entrevistas y llamadas del público en emisoras locales; y una federación de maquinarias locales que finalmente rompió el esquema bipartidista y allanó su camino a la presidencia.
El Movimiento Primero Colombia, el vehículo que llevó a Uribe a la presidencia en 2002, fue una máquina de existencia fugaz, electoralista y oportunista, que desapareció apenas consiguió su objetivo. El partido Centro Democrático (CD), por su parte, es un cuerpo político mucho más institucionalizado y con un sentido más fuerte de identidad y membresía, pero conserva muchos elementos de aquella estrategia política y comunicacional. El tour de campaña del CD por el Valle del Cauca y su visita a la ciudad de Buga, que narraré a continuación, fue una oportunidad para observar al uribismo en acción, en su trabajo político en la calle.
La previa del evento fue algo muy del trópico: un sol intenso, una "papayera" (orquesta) que interpretaba cumbias y un animador que de cuando en cuando preguntaba: "¿Dónde están las mujeres?". El público del evento estaba conformado, en gran medida, por los mismos equipos políticos de los candidatos, sobre todo colectivos alineados a John Harold Suárez, exalcalde de Buga y candidato al Senado por el CD. También había algunos "comités de aplausos", señoras que gritaban "¡John Harold!" y “¡Uribe!” con todo entusiasmo.
Suárez fue el primero en llegar y Uribe hizo su arribo a eso de las 15:40. Entonces, el animador exhortó al público a darle la bienvenida al expresidente gritando "¡Uribe! ¡Uribe!". Él descendió de su camioneta con su característico sombrero aguadeño, y recorrió la plazoleta saludando y dándole la mano a todo aquel que se la estiraba. Una vez en tarima, adoptó el rol de animador y maestro de ceremonia. Con total naturalidad, como si se tratara de un consejo comunitario, tomó el micrófono y empezó a decir quién hablaba y cuándo.
Antes de presentar al candidato a la Cámara Juan Malvehy, un anciano ofuscado tomó el micrófono, se quejó de la poca ayuda que recibe la tercera edad y le preguntó al candidato qué solución proponía. "Pobrecito", murmuraron algunos en el público, al percibir cierto desconcierto en el rostro del joven Malvehy. En ese momento, en un gesto muy diciente, Uribe tomó el micrófono y respondió la pregunta, aprovechó para quejarse de Santos por no aumentar las ayudas y por supuesto prometió que lo harían si ganaban las elecciones. Acto seguido, le pidió a Malvehy que presentara “su programa” (el discurso que sí había preparado).
Hacia el final del evento, cuando ya todos los candidatos se habían presentado, un hombre se acercó a la tarima y le preguntó a Duque qué garantías había de que no traicionaría a Uribe como lo hizo Santos. Duque se mostró fresco y parecía dispuesto a responder, pero Uribe lo volvió a hacer y respondió él: "Lo que pasó con Santos fue culpa mía, porque yo soy un hombre de pueblo y en los pueblos todavía se confía en la palabra”. Así, liberó a Duque de la pregunta incómoda, generó identificación y empatía entre el público de una ciudad pequeña, y dejó a Santos como un capitalino mentiroso y poco honorable, todo en uno.
El actual Uribe, canoso, ya abuelo, parece igual de ágil para la comunicación y la campaña política, y su liderazgo es indiscutible entre un grupo de candidatos mucho más jóvenes que él, que aún le dicen “presidente” y que parecen más admiradores que copartidarios. La estrategia continúa enfocada en lo local, en la comunicación directa y en el liderazgo del expresidente que le “carga el megáfono” a sus candidatos.