“Secuestrado", esa es la palabra que todos los días utiliza de manera insensata el expresidente Álvaro Uribe Vélez, además de sus seguidores y unos periodistas al servicio de esos medios de comunicación tradicionales, desde que la Corte Suprema tomó la decisión de ordenar su captura con el beneficio de detención domiciliaria.
Con ello Uribe Vélez genera la narrativa de que un hombre como él, que le devolvió a Colombia la seguridad y que batalló su vida por alejar al país del terrorismo y del comunismo (como los uribistas afirman), es injustamente perseguido por la corte.
Es absurda, desde la óptica que se mire, la forma en la que Uribe ha capitalizado su captura para hacerse la víctima y decir a los cuatro vientos que está secuestrado.
Por favor, ¿un secuestrado concede declaraciones a los medios de comunicación tradicionales sin que los periodistas lo cuestionen?, ¿un secuestrado puede trinar e incendiar las redes?, ¿un secuestrado se daría el gusto de recibir apoyos de poderosos medios de comunicación, terratenientes, empresarios y dirigentes gremiales?
A sus seguidores hay que decirles que nadie, por muy poderoso que sea, está por encima de la ley. Nadie es nadie, mucho menos Uribe Vélez, que ahora se quiere mostrar como el abuelito bueno y noble, cuando sus ocho años de gobierno estuvieron llenos de estigmatizaciones, calumnias, mentiras y chuzadas a sus opositores.
Además, en ese tiempo se incrementaron las masacres, se planeó una política sistemática de matar personas para hacerlas pasar por guerrilleros (los llamados falsos positivos), y se tildó de guerrillero a quien pensara diferente o criticara a su gobierno y a su siniestra política de seguridad democrática.
La contribución de él en la construcción de país ha sido nefasta: solo polarizar, mentir e incitar el odio. Ahora su llamado es a atacar a la Corte Suprema de Justica. ¡Qué bárbaro!