Como infringirte tu mismo el daño que no pudieron hacerte tus enemigos. Ese quizás sea el mejor titulo del novelón que protagoniza por estos días el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
Aunque como político es indudable que todavía sigue siendo un referente en el país, sus palabras (escuchadas por todos, quiéranlo o no), cada vez son tomadas menos en serio. Al margen de su gavilla de recalcitrantes fanáticos, incluso para muchos de sus seguidores es evidente el desgaste en el discurso. No se trata de las constantes apariciones públicas pregonando su causa, se trata más bien del deterioro en los argumentos que buscan abrirle paso a la misma.
Tomar el papel de punta de lanza en la oposición requiere un cálculo serio de cada maniobra, de lo contrario se corre el riesgo de convertirse en el ave de mal agüero nacional. La oposición debe ser constructiva (o al menos aparentarlo), o sino el país entero creerá que se busca el fracaso general a fin de obtener un rédito personal. Un político mentiroso es una redundancia, pero un político descubierto en su propia arrogancia y orgullo es un fracaso total. Así, la hilarante falta de objetividad con que Uribe y el Uribismo arremete contra todo aquel que no siga su credo, solo logra minar su credibilidad como fuerza política seria, debilitando a la larga la fuerza de su discurso.
En ese mismo orden de ideas, asumir cualquier cuestionamiento o argumento disonante como una traición solo lleva a la ceguera, y tal parece ser el escenario en que se encuentra inmerso el ex presidente. Solo es cuestión de ver cuántos de sus más destacados defensores y copartidarios se le han bajado del barco desde que empezó sus ocho años de gobierno y en lo que va de este tiempo como expresidente. Cada día se le ve más rodeado de aduladores, casi ninguno dispuesto a señalar defectos en esta versión de la vieja fabula sobre el traje del emperador.
A esta circunstancia, Uribe ha contribuido aislándose de los espacios deliberativos: solo admite “debates”, comentarios y entrevistas que pretendan un baño de miel para su obra de gobierno. Para todo lo demás solo queda su consabida “siguiente pregunta”.
Creyendo que con ella evita desgastes innecesarios a su efigie, lo único que ha conseguido, a demás de verse limitado a los espacios radiales comunitarios, es agrandar la imagen de un político incapaz de entender el ejercicio de la crítica. Así, Uribe no parece comprender los efectos contraproducentes de la unanimidad, olvidando, tal vez, que la construcción de un norte ideológico resulta más acertada y realista cuando pasa por los tamices de las ideas distintas que se enfrentan. Nunca un proyecto de este tipo ha dado resultado teniendo como simiente un dogmático “cuerpo de doctrina”, tal como lo conciben algunos de sus escuderos.
Esperemos que para la próxima entrega de la teleserie, para bien del país y del propio ex presidente, la trama de un giro a favor de la calma y la moderación, que haya un ejercicio más constructivo y menos demagógico, en aras de poner al protagonista de todo esto en camino hacia un final feliz.