A Carlos Alberto Montaner (II)
Deshaciendo el mito de que la guerrilla sea invencible, tuve ocasión de explicarte cómo había sido aniquilada en cinco ocasiones. Ahora te contaré cómo la volvió pedazos el Presidente Uribe Vélez.
En el año 2002, El ELN sobrevivía, con muy mal pasar, dedicado a volar los oleoductos del Nororiente de la República. Los demás grupos se habían entregado y como Ministro de Uribe pacté las condiciones finales de la rendición con cinco de ellos. Los más importantes de esos acuerdos se lograron con el EPL y el M-19.
Uribe encontró más de la mitad del país en manos de las Farc y al Ejército sin un centavo para operar. En esa penuria, absoluta y vergonzosa, lo dejó el ministro de Hacienda del Presidente Pastrana, un tal Juan Manuel Santos, del que habrás oído hablar.
Uribe empezó por pedirle importante sacrificio a las empresas y a los colombianos de mayor poder económico, a través de una Emergencia que lo facultó para imponer, por única vez, un impuesto al patrimonio que produjo un mil quinientos millones de dólares.
Así empezó la tarea de dotar el Ejército para reconquistar las carreteras, donde practicaban las Farc “pescas milagrosas”, como llamábamos los secuestros masivos que todos los días tenían lugar.
A los pocos meses, las carreteras eran nuestras. Con el lema “Vive Colombia, Viaja por Ella” miles de vehículos saltaron en todas direcciones. Con lágrimas en los ojos la gente sacaba sus banderas de tres colores para saludar a los soldados que en las vías, con el pulgar arriba, daban la señal de esa primera gran victoria.
Siguieron los pueblos. Las Farc habían asaltado más de ciento antes de llegar Uribe, con cilindros de gas convertidos en bombas —prohibidas por el DIH— y después remataban a los policías que quedaban vivos, asaltaban el banco, el mercado y la farmacia y se robaban los niños que les interesaban. Más de 300 alcaldes habían abandonado sus sedes para buscar refugio en las capitales. Eso era, en superficie, más de medio país. En 168 cabeceras municipales no había un solo policía. En muchas otras quedaban 6 u 8, que era peor que ninguno.
Año y medio después, no había villa sin una fuerza de por lo menos 70 policías entrenados y un pelotón de soldados campesinos —magnífica obra de la ministra Marta Lucía Ramírez— dirigidos por cuadros profesionales. ¿Sabes cuántos pueblos fueron atacados en el Gobierno de Uribe? Uno solo, en el Departamento de Nariño. Resultado: propias tropas intactas y 30 guerrilleros abatidos.
Los campesinos volvieron a sus tierras. Los que vendían protección se quedaron sin oficio. El Ejército lo hacía mejor y no costaba nada.
Los campamentos de guerrilleros que cuidaban los cultivos de coca, desaparecían en las noches. Los bombardeos aéreos no pararon. Con pocos y viejos aviones logró Uribe que a las Farc no les quedara sino la selva. De más de 20.000 bandidos y por lo menos 10.000 milicianos con que contaban las Farc, el número se redujo a los 5000 fugitivos que entregó Uribe.
Pero la selva no fue lugar seguro. Recuerda estos nombres: BACOA y AGLAN. Eran los batallones élite del Ejército que caían sobre la guerrilla, casi siempre después de un bombardeo. Lanceros y Comandos Especiales integraban esos batallones que obligaron a los que no habían sido neutralizados a buscar refugio en otra parte. Esa otra parte fueron Venezuela y Ecuador. Recuerda que alias Raúl Reyes fue dado de baja en la frontera de Ecuador y Colombia.
Los que ahora están en La Habana salieron de Venezuela, donde como ratas asustadas huían de nuestro Ejército. Te remito a la exposición histórica de nuestro embajador en la OEA, Luis Alfonso Hoyos, en la que presentó pruebas visuales y audibles de dónde estaban esos sujetos, protegidos por Chávez. Los que quedaban iban a caer. Como el Mono Jojoy y como Cano.
De las Farc no quedó nada. Faltaban los narcotraficantes. Uribe derrotó y forzó la entrega de 40.000 miembros de las AUC y le recibió las armas a 20.000 guerrilleros, cuatro veces más de los que hoy “negocian” en Cuba. Extraditó más de 1000 bandidos a los Estados Unidos, redujo los cultivos de coca a menos de la mitad y la producción de cocaína a una tercera parte.
El 7 de agosto de 2010, Uribe le entregó a Santos un país tranquilo, próspero, confiado, sin guerrilla y con la cocaína en vía de extinción. Para hacer la paz, Santos tuvo que inventarse una guerra. Y lo ha hecho, devolviéndole a los canallas de las Farc lo que habían perdido, empezando por su maldito negocio del narcotráfico. Esos delincuentes no son invencibles. Sobreviven cuando por intereses políticos pactan con ellos para ponernos en la horrenda ruta del Socialismo del Siglo XXI.
Tuyo, afectísimo.