Bastó que mi hija, urabaense, me manifestara su intencionalidad de viajar hasta la remota selva amazónica, de donde procede su mitológico nombre Yara, "deidad acuática, femenina, protectora de los ríos y de las selvas", para que yo me interesara en conocer, con las razones de su viaje, las estrechas relaciones que podrían existir entre Urabá (esta región húmeda y selvática, en otrora conocida como el Golfo del Darién) y la lejana Amazonia suramericana, que bien podría ser inabarcable en el pensamiento, ¡mágica!, como la define en El país de la canela William Ospina:
"No sabíamos dónde estábamos, ni sabíamos a dónde íbamos. Pasaban en las mañanas y en las tardes las nubes del bullicio, bandadas estridentes de loros verdes como un florerío de gritos de agua; ...pájaros con barbas de plumas y con crestas que se inflan cuando cantan; y lagartos pequeños de color verde esmeralda que pasan corriendo sobre el agua, y salamandras de cresta azul oscura, y un grillo del tamaño de una mano que al alzar vuelo desplegaba unas alas moradas y rojas. Recuerdo el vuelo continuo de las guacamayas de colores vivísimos, y todavía nada me parece más sorprendente que esos monos diminutos de caras leonadas, que caben en la Palma de una mano y que chupan como niños la goma de los árboles".
Y, ¡oh, sorpresa! Al preguntarme qué podría haber en común entre estos dos territorios, más allá de los delfines exóticos que se avistan en el trayecto a Puerto Nariño, o hacia la isla de Los Micos, en el río Amazonas, y los simpáticos delfines que se avistanen el trayecto a Capurganá, o a Sapzurro, en el Golfo de Urabá, me quedé perplejo al indagar y conocer la vasta historia.
No es solo la exuberancia de un increible mar verde; de un impensable paraíso de clorofila y de flora y fauna multicolor y multidiversa, sino muchas otras cosas más, más allá de los horrendos crímenes comunes registrados dolorosamente en los anales de la historia las que unen aquel territorio de malocas, donde imperó la funesta "Casa Arana" y este territorio, caribeño, de tierra firme, donde empezó el descubrimiento ¡y la conquista sanguinolenta de América!, tambien conocido como Gobernación de Castilla de Oro.
En El río, un libro de Wade Davis sobre exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica, hay al menos dos datos fantásticos sobre esta ancestral relación:
1. En sus páginas, 408, 409 y 410, se narra que, Hans Sorensen —compañero del reconocido etnobiólogo Richard Evans Schultes— recogió cien mil semillas de la Hevea brasiliens, una de las tres especies del árbol de caucho que fructificaban en el suelo de la selva amazónica y, desde Leticia, partió con su preciado cargamento hasta "uno de los centros caucheros que el gobierno colombiano había establecido en Antioquia, justo al sur del Golfo de Urabá, donde se pensaba que no existía el hongo", que prosperaba para esa especie:
"La mayor parte de las semillas se sembró en Villarteaga. Una pequeña muestra tomada de árboles individuales de particular interés se sembró en Apartadó".
2. Y, en las páginas 145 y 146, al narrar el autor el viaje que desde el Amazonas hiciera hacia el Darién, en una travesía por la selva darienita hasta Panamá, explica, bellamente, esta otra, asombrosa, relación entre estas dos regiones hermanas o hijas de una misma tierra:
"Era junio, el punto culminante del período de lluvias, y decían que el Darién era infranqueable. Nuestra ruta en Colombia nos llevó a pie desde Barranquillita, un destartalado poblado al lado de la carretera de Medellín a Turbo, y luego, tras unos cien kilómetros atravesando la ciénaga de Tumaradó hasta Puerto Libre, llegamos a una hilera de ranchos a orillas del río Atrato. Este tiene un curso seiscientos cuarenta kilómetros de sur a norte y riega el Chocó, una de las regiones más húmedas de América del Sur, cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados de olvidado bosque pluvial separado del Amazonas hace millones de años por la elevación de la cordillera de los Andes".
Quedé boquiabierto. Con este descubrimiento me sucedió como a uno de los personajes de El país de la canela:
"Cuando el capitán Pizarro enloqueció, la selva empezó a cambiar a mis ojos". Esta selva, adorable, también, chocoana, darienita, pero también, por siempre, amazónica.
En la novela de William Ospina se narra la historia de un viaje de un grupo de conquistadores que van, a comienzos del siglo XVI, desde Urabá, desde el Océano Atlántico, por el que llegaron, al Océano Pacífico (ecuatoriano y peruano), hasta la remota e intrincada selva de la región amazónica, en búsqueda de su destino.
El viaje de mi hija, Yara, urabaense, darienita, ¡con nombre amazónico!, a ese pulmón verde de la humanidad, es, al conocer esta historia fantástica del caucho del Amazonas en Urabá (¡hasta en Apartadó!) y del ancestral trozo de tierra amazónica que se escindió del Darién con el abrupto levantamiento de la cordillera de los Andes, hace miles de años, más bien, antes que un viaje de turismo, un viaje, diría yo, de reconocimiento de esas raices, ancestrales, de la tierra de donde crecimos. Por eso sonreí. Son dos regiones separadas, ubicadas en extremos tan opuestos de Colombia, pero con una historia remota muy estrecha.