Para nadie es secreto que Colombia estuvo, y todavía está, en manos de la delincuencia organizada, todas de diferentes vertientes, como la del narcotráfico, la del paramilitarismo, financiado por algunos poderosos empresarios, ganaderos e industriales, aunados a la mezcolanza derivada del narcotráfico, grupos delincuenciales independientes, pero con el mismo objetivo, y hasta la guerrilla en sus diferentes vertientes. El Estado mismo y todas sus vertientes debe tener enquistadas mafias poderosas que bregarán, como los primeros, por mantenerse por encima de lo que sea y de quién sea.
A veces da la impresión que al país le sucede como a las pandillas de los barrios populares, cada dos cuadras hay grupos imponiendo sus propias leyes. Cada departamento, cada ciudad, cada población, tiene su propia pandilla. Podríamos afirmar que, si de anarquías se trata, el país vivió, y todavía está latente, una de las anarquías más demoledoras y sanguinarias de la historia. Como la vaina data de décadas atrás, no será fácil sacar, primero, la mentalidad, y segundo, el comportamiento. Muchas de las nuevas generaciones han crecido convencidas que la corrupción, la delincuencia, el saqueo, el desorden, son las formas democráticas normales para vivir y desenvolverse, especialmente aquellas generaciones cuyos padres son responsables directos o indirectos del estado de afectación que tratamos al principio. Las leyes y la Constitución solo son excusas para señalar a otros lo que ellos no están interesados en aplicar.
Para cualquier presidente, así no sea el que actualmente tenemos, conectado con un cambio que, como se dijo, muchos, miles, millones, no están interesados en que se aplique por razones del comparativo de las pandillas y la implicación de los intereses de esas pandillas, le será siempre difícil dirigir a un país que es como si tuviera que organizar a 50 millones de micos hiperactivos sueltos en una selva llamada Colombia.
Sencillamente no es fácil, como no lo fue para el señor Duque, donde muchas veces se filtraron sus reacciones de descontento, como la vez que dicen que se molestó con el expresidente Uribe por andar dándole órdenes a cada rato y, según otras afirmaciones, se la pasó jartando licor para solventar la presión que debió vivir. Visto así, no nos imaginamos lo que debe vivir el actual presidente, quien no está interesado en recibir órdenes de nadie, sino de amaestrar esa bola de micos de que hablo para que se comporten de acuerdo a las leyes.
Sin embargo, lo que llama la atención, y debe ponerse en alto relieve, es la condición del periodismo, o de algunos periodistas, que vociferan por todos los medios cosas incorrectas o inexactas con el fin de promover a esas pandillas que no se irán fácilmente, porque otro lo quiera. Ellos están atrapados, como lo están miles, tal vez millones, de personas en diferentes estamentos. La mayoría depende de sus ingresos para solucionar sus gastos y los de su familia, así que deben meterse por buena parte toda la moralidad de que puedan ostentar, porque el objetivo es lograr ese sueldo que, en otro caso, tal vez no llegaría a sus rentas... habida cuenta que los medios donde se desenvuelven son propiedad de uno o más pandilleros.
Observando el caso particular de la señora Vicky Dávila, la rabia y el rencor de que hace gala, debe tener un motivo oculto, algo que quizás no sabemos. Es posible que dentro de ella haya una explicación más sensata que la que miran superficialmente quienes no entienden y de quienes la señalan. Cuando la he visto, hago un análisis de sus expresiones personales, su postura corporal, y veo a una mujer dolida, a una madre atrapada, a una hija angustiada. Ser maligno muchas veces no es culpa del maligno ni de la condición, sino de las circunstancias. En el fondo siento lástima por ella, esa telaraña donde, al parecer, está atrapada, no será fácil de desenredarla de buenas a primeras. Y menos si la cosa implica a su familia. Ese peso debe pesar mucho y, en todo caso, en algún momento implosionará y saldrá a flote la verdad de lo que hoy oculta con maligna tranquilidad.