"Uno al año no hace daño" o cuando la basura se convierte en oro

"Uno al año no hace daño" o cuando la basura se convierte en oro

¿Por qué está llena la sala de cine si la gente se aburre, si los murmullos de inconformidad se esparcen en ella? Dago García vuelve a ser el alquimista que hace de un bodrio un éxito de taquilla

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enero 06, 2015

A veces creo que los milagros existen. Por eso, a pesar del tráiler y de los antecedentes de sus producciones, entro a la sala convencido de que esta vez Dago García se va a arriesgar al menos a contar una historia y no la sarta de sketches y chistes malos con los que suele alargar descaradamente sus películas. Tiene que ser así, de otra manera no podríamos explicar que en dos semanas Uno al año no hace daño lleve 804.000 espectadores encima.  Al paso que va, se convertirá en la película más taquillera en la historia del país desbancando a la segunda parte de El paseo. Dago, qué duda cabe, es el alquimista capaz de convertir la basura en oro.

Empieza esto y yo estoy relajado y de buen humor. Sí, obvio, no todas pueden ser La coleccionista. Necesitamos reír, sacudir las tensiones y qué mejor fórmula para el humor que vernos reflejados en la pantalla. Hoy, cansado de que mis lectores crean que soy un viejito amargado desprovisto de amor, quiero intentar reírme a como dé lugar. Por eso voy a perdonar el hecho que no exista trama, que las situaciones no lleven a ninguna parte, que los personajes no tengan la más mínima tridimensionalidad, que la fotografía sea horrenda y que cada plano sea una reivindicación de la estética de lo horrible.

A mí igual Waldo Urrego me cae bien y Catherine Porto es una mamacita, así que comamos palomitas y cantemos pasito que la vecinita tiene antojo.  Mi acompañante me mira y con un gesto de aprobación me indica que me estoy portando bien. Ya al menos no sudo frío ni murmuro maldiciones.  Ha pasado mucho tiempo, el suficiente para mirar el reloj y darme consuelo: lo único bueno de las películas colombianas es que, al carecer de historia, la gran mayoría no llega a durar hora y media. Miro el reloj y Einstein empalidece: a pesar de que ya no queda una sola crispeta y que he pensado en tantas cosas mientras las imágenes se movían ante mí, apenas han pasado 15 minutos. Es un hecho, el milagro no se dio. Por enésima vez Dios ha mandado a decir que nos quiere mucho pero que no existe.

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Lo que me llama la atención es que alrededor mío la gente está igual de aburrida y estupefacta. Habían venido a que les contaran una historia de cómo somos de queridos y amables los colombianos cuando nos intoxicamos con aguardiente y aguamasa fermentada y terminamos aplastados, contemplando situaciones absurdas, carentes de cualquier tipo de sentido y coherencia. Lejos de que Dago nos cuente un chiste lo que hay al frente nuestro es solo el esbozo de una broma. De una mala broma.

¿Por qué está llena la sala si la gente se aburre, si los murmullos de inconformidad se esparcen en el lugar como el aleteo de un abejorro gigante? ¿Por qué nuestro cine es tan triste que la que será la más exitosa de nuestras películas no tendrá ninguna posibilidad de ser distribuida en el exterior ya que hasta a nosotros mismos nos resulta intolerable? El éxito de una producción nacional no tiene nada que ver con su trama o sus actuaciones sino con la publicidad que se despliegue en torno a ella.

La culpa de que Uno al año sea un hit es de Caracol televisión. La tiranía de nuestros canales nacionales no se limita a la televisión sino que ahora manda en nuestro cine. Si un productor no tiene la bendición de RCN o Caracol la película naufragará sin remedio. Yo, la verdad, encontré mucho más divertida, además de que al menos tenía una historia, nimiedades como Bola e’ trapoo Edificio Royale que fracasaron estruendosamente solo porque no tuvieron un padrino poderoso.

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No muchachos, que pena volver a ponerme la careta de viejo amargado, pero el éxito de Dago es el fracaso de todos aquellos que quieren contar, sin pretensiones de ningún tipo, una comedia divertida, diferente, imaginativa y que, por qué no, sepa reflejarnos como somos en la pantalla lejos de la caricaturización a la que nos tiene acostumbrados este esperpento que no alcanza a ser ni cine, este bodrio que ni siquiera puede llegar a ser llamado película.

El alquimista ha vuelto a salirse con la suya: como cientos de miles de moscas los colombianos hemos abarrotado las salas de cine a devorar esta, la última película del más exitoso de los productores de nuestra historia.

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