Universidades sin inteligencias múltiples: otra realidad de la pandemia

Universidades sin inteligencias múltiples: otra realidad de la pandemia

Como consecuencia de confinamientos, la salud mental de no pocos profesores ha sufrido sus mellas. Pero el mundo universitario está lejos de preocuparse por ello

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
agosto 03, 2022
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Universidades sin inteligencias múltiples: otra realidad de la pandemia

En el campo de la psicología cognitiva, suele tratarse mucho la teoría de las inteligencias múltiples, debida a Howard Gardner y la cual vio la luz en 1983. En concreto, Gardner considera que la inteligencia es algo plural, por lo que, al desgranar más la cuestión, él distingue nueve inteligencias, no sólo la inteligencia lógico-matemática. Como quien dice, no solo de números vive el hombre.

Por desgracia, nuestro mundo universitario dista en mucho de haber asimilado esto, sobre todo en el ámbito de las facultades de ingeniería, tan cerriles y obtusas las más de las veces, cuadriculadas a más no poder. Esto suelo verlo y sufrirlo casi que a diario, sobre todo en reuniones con profesores y administradores, a quienes, por así decirlo, en sus cerebros no les cabe la menor duda.

La pandemia se ha encargado de realzar más esta problemática dantesca. En efecto, como consecuencia de confinamientos y encerronas, la salud mental de no pocos profesores y burócratas ha sufrido sus mellas, quizás irreversibles. En especial, según he observado, quienes más evidencian problemas psicológicos en los mentideros universitarios son aquellos que, para efectos prácticos, no cultivan con disciplina la lectura, ni otros buenos hábitos intelectuales.

En otras palabras, cuando no se cultivan bien los hábitos intelectuales en sentido amplio, se está desaprovechando una opción de oro para ejercitar las inteligencias múltiples, pues, al fin y al cabo, el intelecto cubre todas las dimensiones de la vida. Por ejemplo, piénsense en todo lo que está en juego cuando alguien, en su taller casero, procede a crear algo con la ayuda de sus herramientas.

Sobre todo, la mayor manifestación que he apreciado del deterioro de la salud mental en el mundo universitario radica en la exacerbación de los comportamientos tóxicos, lo cual no debe sorprender habida cuenta de que estamos ante un mundo en el que las rivalidades, los celos, la envidia y otras bajezas suelen ser parte del día a día. Sencillamente, no es mundo que promueva la conformación de tejido social, ni, mucho menos, de espíritu de cuerpo. Así, el egoísmo cunde por doquier y hace de las suyas.

De hecho, si se hace una revisión detenida al respecto, cabe encontrar a lo largo del tiempo muchas obras dedicadas a este lado oscuro del mundo universitario. Botón de muestra la autobiografía de Santiago Ramón y Cajal, el primer premio Nobel de medicina hispano.

Por así decirlo, el grueso de los universitarios son Anakins que se han torcido para el lado oscuro. Y no parece que tengan chance de retornar al lado luminoso.

En suma, cuando se procura cultivar las inteligencias múltiples, o, al menos, las más que sea posible, se apunta hacia un mayor aquilatamiento de nuestra humanidad. En concreto, suele apreciarse esto en universitarios que procuran moverse tanto en el ámbito de las ciencias naturales como en el de las ciencias sociales y humanas. Por desgracia, son más bien pocos los que suelen hacer tal cosa. En el caso de las facultades de ingeniería, es harto notorio este terrible mal.

En una entrevista dada hace varios años, publicada en la Revista de Occidente, el filósofo español Fernando Savater decía con mucho tino que una persona que posea una rica vida interior puede llenar sin apuros un fin de semana o unas vacaciones con la lectura de buenos libros y otros hábitos por el estilo. En cambio, quien carezca de una rica vida interior no es capaz de resistir un período de confinamiento; entre otras inteligencias, adolece de una precaria inteligencia intrapersonal.

En todo caso, da grima ver que buena parte de los universitarios ha desaprovechado los confinamientos impuestos por esta pandemia para desarrollar, siquiera un poco, otras dimensiones de la inteligencia. Si lo hubiesen hecho, a lo mejor, se habría amortiguado en algo la toxicidad propia del mundo universitario. Lamentablemente, como ya dije, se ha exacerbado. Es la pandemia de la inhumanidad.

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