Luego de conocidos los más recientes escándalos de corrupción en la justicia que involucran a egresados de la Universidad Libre, la estigmatización que ha recaído sobre esa casa de estudios por parte de algunos medios tradicionales de comunicación es repugnante, máxime cuando la Libre ha destacado por sus egresados ilustres y cuyos aportes a la cultura jurídica son innegables.
Hoy por hoy el respeto hacia las universidades ha decaído, a tal punto que cuando estalla un escándalo, de esos que ocurren en Colombia casi a diario, siempre se afecta el buen nombre del claustro del cual hubiesen sido egresados por encima de cualquier cosa.
Pero curioso es, que esta horrorosa difamación, solo ocurre con las universidades públicas como la Universidad Nacional y en algunos casos, bastante escasos, ocurre con las privadas, como en esta ocasión la Libre. Vale preguntarnos entonces: ¿cuál es el interés de ciertos medios de comunicación de desprestigiar a estas universidades?
Es definitivo que la crisis de la institucionalidad no puede ser atribuida a un solo sector de la población, como tampoco a una sola universidad o a una sola profesión; la corrupción en Colombia es un problema endémico, al punto de que a cada ciudadano la ejerce en la medida que puede; en ese sentido será de vital importancia recobrar la fe y la confianza en las universidades, solo una academia a la altura y fuerte lograra romper los patrones socioculturales que rodean a la corrupción en el ámbito privado o público, pero en especial en este último, máxime cuando se debe generar una cultura que cuide y rodee lo vital del Estado como un asunto de todos.
En otrora, ser egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Libre era un honor para cualquier estudiante, pero hoy, tristemente, por el obrar desviado de un par de sujetos, los crucificados no resultan siendo esos cuestionados personajes sino los estudiantes y en general toda la comunidad de tan magno recinto académico.
Claro es que para muchos hablar hoy de un abogado de la Universidad Libre es sinónimo de corrupción pues, tristemente, pagamos justos por pecadores, porque nos toca cargar una cruz que no es nuestra.
La tristeza y desesperanza en los pasillos de la facultad son evidentes, las caras largas y las decepciones de los profesores son dicientes ¿Por qué culpan a la Universidad? ¿Acaso hay en ella una cátedra de inmoralidad o falta a la ética? No, todo lo contrario, la rectitud y la vocación por el servicio imperan, por ello, es oportuno decir que, ser unilibrista en estos tiempos oscuros no debe ser motivo de vergüenza, sino de orgullo, esos casos aislados no mancharán la tarjeta profesional de decenas de estudiantes de derecho que sueñan con construir un país diferente.
¡No nos culpen a nosotros, seremos parte de la solución y no del problema!