La universidad, concebida como la universalidad del conocimiento, es un espacio sagrado por cuenta de las ideas que allí nacen y se desarrollan, que tienen como fin transformar la sociedad desde la ciencia, la tecnología, las humanidades y las artes.
Pues bien, en la Universidad del Atlántico se perdió este enfoque hace ya largos meses, señalándose como responsables de esta crisis a actores internos y externos. La intolerancia ha sido la causa de que sea la violencia y no las ideas las que imperen en la cotidianidad universitaria, deteriorando su imagen ante la opinión pública que, para colmo de males, ahora la acusa de ser escenario de presuntos acosos sexuales a estudiantes por parte del rector Prasca, razón por la cual la Procuraduría lo suspendió tres meses mientras se realiza la investigación.
En la UA los problemas se turnan el protagonismo. Hace unas semanas los exacerbados niveles de intolerancia y violencia imperaban al interior del alma máter, registrando ataques contra estudiantes, peleas entre distintos actores de la vida universitaria y rematando el ataque con bombas molotov a la rectoría por parte de encapuchados que se abogaron el derecho de toda la comunidad universitaria a protestar contra el rector por sus comportamientos reprochables.
En cuanto a los intolerantes y violentos, que no se diferencian por ideología, toda la sanción social y las acciones disciplinarias que tengan lugar deben caer sobre ellos. Esto, además de un gran pacto por la convivencia pacífica, debería ser liderado por el rector, quien es la cabeza visible de la institución. Sin embargo, Prasca no parece tener estas intenciones, pues ese tiempo lo ha empleado en “seducir” estudiantes, situación que lo tiene en la picota pública.
Sobre los audios y chats publicados hasta ahora existe una discusión jurídica sobre si se configura un delito o no, debate que deben saldar los abogados, por supuesto. De lo que no se puede escapar Prasca es de su conducta, que es por demás antiética y alejada de sus funciones. La pregunta entonces es: ¿debe el rector de una universidad sostener relaciones íntimas con estudiantes de esta? La respuesta es no y la razón es que la dignidad del rector implica una relación desigual de poder entre este y las estudiantes, poder que hace notar claramente cuando ofrece regalos y ayuda en varias conversaciones a una de las estudiantes involucradas. Además, en las conversaciones se evidencia cómo alardea del uso de su oficina para sostener encuentros sexuales, razón por la que fácilmente destituyen a un funcionario.
A pesar de todo, el Consejo Superior, en una sesión anterior a la decisión de la Procuraduría, decidió mantener a Prasca en la rectoría, alegando respetar el derecho a la defensa y al debido proceso del acusado rector, sugiriendo así, que el cuestionamiento es solo penal y disciplinario, dejando de lado lo más importante y evidente: la falta ética.
Prasca debe renunciar por respeto a la universidad o, en su defecto, el Consejo Superior debe apartarlo de su cargo, entre otras cosas, porque la legitimidad y la gobernabilidad están destruidas, incluso entre muchos que apoyaron su elección y gestión, situación que trunca todos los procesos misionales. En su lugar, debe designarse un rector encargado de tres objetivos puntuales: realizar las reformas estatutarias necesarias, impulsar el proceso de acreditación y restaurar la convivencia pacífica.