Una wayúu que teje historias

Una wayúu que teje historias

La triste realidad de las mochilas wayuu

Por: Estercilia Simanca Pushaina
mayo 13, 2015
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Una wayúu que teje historias
Foto: EFE

Cuando leí la noticia que alertaba a las artesanas wayuu sobre una máquina China que, de forma sistemática, fabricaba mochilas y manillas de a 500 unidades diarias, solo pude pensar en lo absurdo del titular y en el contenido de la noticia. Me desvelaba la forma en cómo iniciaría este escrito que ustedes a bien toman en leer. Seguí el hilo de la noticia para tejer, a partir de los diferentes colores que ofrecía, mi propia mochila de letras y aquí está.

En el 2003, Comfamiliar del Atlántico publicó mi cuento "El encierro de un pequeña doncella". En él describía, desde la perspectiva de una niña Wayuu, el ritual de paso del encierro desde adentro. ¿Qué podía pasar en él?, ¿qué aprendería la protagonista del cuento? Todo fue consultado con mujeres wayuu, mayores de 50 años, que pasaron por el encierro; se incluían, entre otras, a artesanas reconocidas del pueblo wayuu. Entonces, mochila al hombro, me interné en diferentes rancherías de la Alta y Media Guajira, decidí guardar mi tarjeta profesional de abogada por una temporada y con los honorarios de un reciente caso me permití darme un año sabático y pude conocer los recovecos más intrincados del territorio wayuu.

Llegué hasta Castilletes donde conocí la historia de la wayuu que más tiempo había permanecido en el encierro o blanqueo; a ella la conocí después de publicado el cuento. Me arriesgue a escribir y hablar sobre el encierro sin haberlo vivido, como una manera de llenar ese vacío cultural y estructural en mi vida. Inventé mi encierro a partir de lo que sé hacer: escribir, y así nació la "Pequeña Doncella". Pero cuando llegué al momento donde la protagonista le tocaba aprender a tejer, ella simplemente no podía, no aprendía. En este ejercicio de la creación literaria los personajes muchas veces cobran vida, se vuelven independientes, tercos, obstinados, necios y cuando no quieren, no quieren, fue cuando se me ocurrió que Iiwa Kachí, la protagonista del "Encierro de una pequeña doncella" aprendería a través de un sueño.

Hoy, después de 12 años, tengo la certeza que si mi personaje no aprendía a tejer, por mucho que se lo propusiera, era porque yo, su creadora, tampoco sé.

"En la madrugada Iiwa soñó con una araña que al descender de un hermoso árbol se convertía en una doncella. La doncella desconocida halaba hilos de colores de su boca, y hacía hermosos tejidos. Iiwa, en el sueño, se le acercó y vio cómo la doncella hacía con sus delicadas manos tejidos que las viejas Yotchón y Jierrantá jamás habían hecho. Figuras desconocidas para Iiwa, pero se asemejan a las figuras que tejía una artesana de Nazareth, que Iiwa había visto algunas veces en Uribia. Iiwa pidió a la doncella desconocida que le enseñara; esta sacó mas hilo de su boca y le enseñó a Iiwa las puntadas que no aprendía con las viejas Yotchón y Jierrantá. Al llamarla su madre para el baño, Iiwa despertó pensando en el sueño y se preguntó si todavía recordaría lo que había aprendido en él. A partir de ese momento, Iiwa sorprendió con una variedad de tejidos y combinación de colores que entusiasmaba a toda su familia. Iiwa, duró un año soñando con la doncella desconocida que le revelaba con sus manos, y sin pronunciar una sola palabra, más y más secretos del tejido wayuu. Iiwa nunca le revelaría a sus institutrices y a su madre sobre sus clases secretas de tejido. En el último sueño con la doncella desconocida, porque nunca los volvió a tener, Iiwa recordó la leyenda de waleket y descubrió que aquella doncella era la misma que se había convertido en araña al ser descubierta por su protector. El cazador que la salvó, al encontrarla sola y desamparada en el monte,  la adoptó y la llevó a su ranchería; en agradecimiento, todas las noches, cuando nadie la veía, la doncella desconocida halaba hilos de su boca y realizaba hermosos tejidos para el cazador. Una noche fue vista por él, y al ser sorprendida, se convirtió en araña y huyó hacía un árbol. Desde entonces quedó convertida en Waleket, en araña" (fragmento de "Encierro de una pequeña doncella").

De la misma forma, apreciados lectores, ocurre con la historia de la máquina que fabrica mochilas. Una máquina jamás creará ni fabricará mochilas auténticas. En mi caso, por mucho que me haya vuelto experta en el tema del encierro, jamás tendré acceso a él. La institución del encierro es tan sagrada que nunca me permitieron entrar cuando estaba en el proceso creativo del "Encierro de una pequeña doncella"; de la misma manera, los conocimientos de Wareket no podrán ser transmitidos a una máquina, porque esta no sueña.

Si llegaran a inventarla, fabricaría mochilas de imitación porque las originales están en todas las rancherías Wayuu, en la avenida La Marina de Riohacha. Las está haciendo mi madre bajo la sombra de un árbol de dividivi; la está haciendo Conchita Wouriyu en Cucurumana, para luego venderla en el Malecón de Riohacha por poco menos de $60.000, y que por encontrarse en el primer eslabón de esa larga cadena de comercialización, ignora que en un gran centro comercial cliente pagará las más de 20.000 puntadas de pensamiento en su valor real: $350.000 pesos colombianos o más. Mi encierro es una ficción y la máquina de hacer mochilas también.

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