Para referirme a la situación de Venezuela y a la actitud de ciertos países frente a la patria de Bolívar, echaré mano de un recuerdo juvenil. Cursaba mi grado quinto de bachillerato y una chipa de matonzuelos de salón generó el más miserable maltrato —que hoy llaman bullying—, el más infame acoso contra una compañera de nombre Gladys. Si estos individuos leyeran las palabras que hoy escribo, aunque hayan pasado tantos años y que todos seamos ya viejos, sin duda recordarían sus actos infames. También vendría a su mente la ocasión en que los enfrenté, en pleno salón, tratando de oponerme a su cobardía de montón, a su ferocidad de horda, indolente frente al dolor ajeno. Aún me duele esta experiencia, una de las más tristes de mi vida. Aún recuerdo con indignación el silencio cómplice de los profesores de la época quienes tenían en preferencia o quizá les temían a estos sujetos.
Ese recuerdo me hace indignar igualmente por lo que en estos últimos años y principalmente en los últimos meses le ha venido ocurriendo a un país tan noble y generoso como Venezuela. Y lo que más me duele es que sean los países llamados hermanos (Caínes, más bien) los que sirviendo rastrera y cobardemente a los intereses de Estados Unidos (país que ya ha aceptado su responsabilidad en la desestabilización la nación suramericana) se presten para atacar con una ferocidad propia de hienas hambrientas a Venezuela.
¿De cuál democracia hablan Santos, Uribe, Vargas Lleras y Marta Lucía Ramírez, si Colombia es el país con mayor número de desplazados del mundo entero? ¿De cuál justicia social hablan estas mediocridades meridianas cuando Colombia es el segundo país más injusto del mundo, cuando la miseria, la violencia, la tortura, los crímenes se ven en todas las calles y caminos de este país? ¿Hasta dónde llega esa actitud pordiosera de los políticos colombianos cuando lamentan que unos miles de venezolanos hayan salido de su país y hablan de una crisis humanitaria cuando en Venezuela hay casi seis millones de colombianos expulsados por la guerra y la miseria que estos sujetos le han impuesto al pueblo?
¿De cuál democracia habla el peruano que afirmó descaradamente que estos países eran como perritos falderos de los Estados Unidos? ¡El perrito será tú, infeliz! ¡Pero no meta en ese grupo a los pueblos latinoamericanos que no son cómplices sino víctimas de las mentiras y las embestidas históricas de violencia ejercidas por las genuflexas oligarquías locales!
¿De cuál democracia habla el argentino que arremete con inusitada violencia contra las mujeres y los trabajadores que piden un poco de justicia? ¡Cobarde, le falta clase!
¿De cuál democracia habla el brasileño pícaro al que sus cómplices de las cortes exoneran de sus abominables crímenes mientras acusan a un hombre sencillo y pobre como Lula? Inmoral canalla.
¿De cuál democracia habla el mexicano cuando allá, cada día, aparecen asesinados decenas de hombres y mujeres debido a los desajustes sociales tan crueles en que ha caído esa otrora hermosa nación que tanto ejemplo nos dio de valor y dignidad?
Y al final, ¿de cuál democracia y de cuáles derechos humanos hablan los Estados Unidos cuando la historia nos enseña que es el país más asesino de la historia, el más invasor, el que tiene cárceles secretas de tortura y bases militares por todo el mundo, el que espía a todos los países de la Tierra, el que lanza bombas asesinas sobre países a los que quieren expoliar? Recuérdese Iraq, Afganistán, Libia, Siria, Yemen, etc. etc.?
Y ¿por qué tanto odio a Venezuela? Porque ha entregado 2 millones de viviendas dignas a los más pobres, meta que ningún país de la Tierra ha logrado hasta hoy. Porque tiene leyes que prohíben que los bancos expropien de su vivienda a los pobres. Porque la educación es gratuita desde la escuela hasta la universidad y a todos los estudiantes les dan su computadora. Porque todos los bachilleres ingresan a las universidades. Porque han construido metros en las principales ciudades mientras en Bogotá llevan 60 años de demagogia. Porque la salud es totalmente gratuita para todos. Porque, conservando su dignidad, no se entrega a los poderosos y esto les ofusca.
Claro que Venezuela tiene muchas dificultades, pero casi todas causadas por actividades ilegales de extracción de alimentos traídos para Colombia de contrabando y por los ataques despiadados a su moneda por el capital transnacional. Tiene muchas dificultades, pero menos que los países que hoy se erigen hipócritamente como jueces y verdugos de esa tierra.
Este padecimiento que sufre Venezuela me hace recordar mi juventud y revivir el dolor que me causaba ver a unos cuantos matones de almas bajas arremeter contra Gladys. Los matones de mi clase y los políticos de hoy tienen la misma edad que yo. Y mi manera de enfrentar ahora sus miserables maltratos es denunciando en estas dos hojas su bajeza. Reprocho la falta de gallardía en sus ataques, reprocho su miserable actitud, reprocho su vileza y sufro porque se está atacando a un noble país que ha recibido con los brazos abiertos a millones de ciudadanos latinoamericanos —principalmente colombianos— expulsados de sus tierras por la violencia y la miseria ante la que cierran los ojos los hipócritas que esconden su miseria en una solidaridad ruin. Deberían al menos ser gratos, pero esta es una virtud de personas dignas y fieles, una virtud de gente generosa. Ellos no son más que una manga de cobardes que actúan a la fija y en chipa contra los más débiles. Que Alá los juzgue el día final frente a la humanidad entera.