Durante sus primeros días como guerrillera de las FARC-EP, Katherine Daza Avella, con ojos aguados, manos temblorosas y un miedo indescriptible en el corazón, buscó con la mirada a su amiga y compañera de lucha, Susana Téllez, entre los sobrevivientes de una comisión a la que había sido asignado un asalto.
Tras unos minutos, que le parecieron eternos, confirmó lo que temía: la ausencia de Susana, quien había muerto en manos del ejército durante el asalto.
Las despedidas fueron, a lo largo de su historia en la guerrilla, un dolor incesable. No era, sin embargo, la primera vez que veía morir a sus compañeros o compañeras de lucha.
Katherine estudiaba Administración de Empresas en Bogotá cuando comenzó, en 1984, el genocidio de la Unión Patriótica (UP), conocido como “El baile rojo”. Como ella colaboraba con la UP haciendo trabajo organizativo dentro de la organización, vivió de cerca la muerte de amigos, familiares y compañeros de lucha.
Entre el miedo, la angustia y el dolor de la pérdida, Katherine tuvo que enfrentarse a la difícil decisión de abandonar la ciudad. Muchos de sus compañeros decidieron seguir la lucha en el exilio.
Otros, como ella, decidieron empuñar las armas para defender tanto sus vidas como sus ideas políticas, esta vez en la guerrilla de las FARC, y así, hacer frente a la ausencia de garantías y a la reducción sistemática de la vida y la dignidad humana que sufrían los militantes de la Unión Patriótica.
Así fue como Katherine ingresó a las FARC en el año 1988.
Su integración a la vida guerrillera no fue fácil. Al ser una mujer de ciudad, desentonaba en gran medida con la mayoría de sus compañeras, que se esmeraban en demostrar que físicamente tenían las mismas capacidades y fortalezas que los hombres. En contraste, Katherine encontraba sus fortalezas y su resistencia dentro de la guerrilla en su capacidad intelectual y de organización política.
Sin compararse físicamente con los hombres, se ganó el respeto y el reconocimiento de sus compañeros y compañeras por su trabajo de entender los documentos, de dar charlas, de organizar y de dirigir, sin dejar de lado las enseñanzas militares y físicas que, a su pesar, aprendió y vivió en carne propia durante sus más de 25 años como guerrillera.
Gran parte de la cotidianidad de Katherine en la guerrilla fue escuchar un resumen hecho por Raúl Reyes, todos los días a las 7 de la mañana, sobre la situación y el panorama de noticias a nivel local, nacional e internacional.
En 1990, Katherine cumplió su sueño, en la zona de La Uribe, de conocer al fundador y comandante en jefe de las FARC, Manuel Marulanda, con quien deseaba reunirse y discutir acerca del proceso revolucionario que ella había leído y estudiado a profundidad a partir de algunos mandos y documentos.
Hoy en día, Katherine se reúne a las 7 de la mañana con su equipo de comunicaciones a leer noticias locales y nacionales, estudiar documentos y trabajar el resto del día porque el trabajo de este equipo es de vital importancia: se trata de desmontar las “matrices de opinión” que existen respecto a los que pertenecían a la guerrilla de las FARC tras el acuerdo de paz. Se trata, para ella, de la comunicación como un espacio de acción que aporte a la paz y a la reconciliación de Colombia.
Se trata del “compromiso rebelde con la palabra”. Las despedidas no fueron lo único que la marcó: para ella, la insurgencia estuvo también ligada a los reencuentros. Y aunque vivió tantos años en medio de una dinámica afectiva que debía saberse vulnerable a la pérdida, Katherine le apuesta todo su trabajo a perspectivas de paz desde la comunicación, ahora como excombatiente.
La historia de Katherine es una de las cinco narraciones testimoniales de mujeres excombatientes de las FARC recopiladas en el libro “Guerrilleras: Testimonios de cinco combatientes de las FARC”.
Lanzado el 8 de noviembre de 2018, este libro hace parte de un proyecto editorial en conjunto entre el Nodo de saberes populares Orinoco-Magdalena y NC Producciones.
El primero es una organización de investigación que genera productos comunicacionales como seguimiento a la situación de Derechos Humanos en Colombia, específicamente desde la suscripción de los Acuerdos de Paz entre las FARC-EP y el gobierno colombiano.
NC Producciones, por su parte, es una cooperativa de comunicaciones que fue creada por 54 excombatientes en el marco del Acuerdo de Paz con el fin de mantenerse informados alrededor de este.
Es, por consiguiente, una apuesta alternativa de periodismo que tiene como fin “informar para la paz” y que recibió 432 millones de pesos (8 por cada uno de sus fundadores) por parte del gobierno, además de capacitaciones en el Sena, como parte del dinero destinado a proyectos productivos.
En la FILBO (Feria Internacional del Libro de Bogotá), NC Producciones presentó cuatro libros como parte de su apuesta editorial, entre los que se encuentra el libro sobre mujeres guerrilleras.
Este libro es, no solo en su contenido, sino también en su realización, una pequeña muestra de la noción de comunidad y de colectividad que existe en los excombatientes: está en la forma de narrar las historias, privilegiando las ideas y los afectos de estas mujeres, en los epígrafes elegidos para cada capítulo en los que se privilegia el compromiso rebelde con la palabra, la narración llena de sueños, dolores y compromisos.
También está en las notas editoriales, la introducción y el epílogo, en el que se propone darles espacio a otras voces, a una “Colombia olvidada” que gracias al proceso de paz puede ser descubierta desde su territorio, sus montañas,
llanos, selvas y ríos, pero también desde sus historias.
La narración del libro vuelve siempre al hecho de que la lucha social y la construcción de paz no se debe dar solo en el plano regional sino también desde el enfoque de género, es decir, en la defensa de eso que hace únicos en el mundo estos acuerdos de paz.
Es así como la palabra y voz de Katherine, Alejandra, Laura, Luci y Gloria son una reafirmación de la vida, trazando un claro camino entre la narración de la guerra a la narración de su apuesta por la paz, pues para ellas, un excombatiente, un líder social y una mujer fariana, al igual que un río, condensan una época y un territorio: es así como, pese a las dificultades, como las fallas en la implementación del acuerdo y la reducción sistemática y premeditada de la vida de sus compañeros y compañeras, ellas luchan, desde cada una de sus habilidades, contra la
deshumanización del individuo y contra la estigmatización de los excombatientes.
Porque cabe preguntarnos: ¿cómo es posible que, aún después de firmar los acuerdos de paz y dejar las armas,
Katherine, y muchos otros, aún sienta temor al despedirse de sus compañeros como aquel día en que vio partir a su amiga Susana?