“La gratitud es el sentimiento de aprecio y valoración por las acciones que otros hacen por nosotros”
En los años sesenta, la gran mayoría —por no decir todas— de las farmacias y droguerías de nuestra localidad funcionaban en locales comerciales y, al igual que la asistencia médica extrahospitalaria, atendían la venta de medicamentos entre las 8:00 a. m. y las 6:00 p. m.
De manera que a quien se le presentara en horas de la noche o de la madrugada algún quebranto de salud que no calificara para la atención en urgencias hospitalarias tenía que aguantarse el malestar o dolor que lo aquejara hasta cuando los médicos y farmaceutas —que solían prescribir medicamentos— abrieran sus consultorios y droguerías para atenderlo.
Por eso fue de gran ayuda asistencial para la comunidad del barrio San José la llegada, a la edad de 30 años, en 1968, de don Julio Martínez Comas —conocido con gran afecto como Julito por llevar el nombre homónimo de su padre don Julio Martínez Cuesta— a una casa en la calle 16A con carrera 12 (frente a la clínica Magdalena), donde puso en marcha la droguería El Milagroso para prestar con abnegación durante 24 horas los 7 días de la semana, el servicio de medicación e inyectología tanto a los enfermos que sufrieran la eventualidad antes anotada como a los que por otra razón no pudieran o no quisieran acudir adonde un médico.
Su acierto en las indicaciones farmacológicas para tratar los padecimientos de la salud —por su amplio conocimiento y experiencia en el campo de la enfermería y la farmacoterapia— contribuyó, indudablemente, a que su consulta se masificara porque en él siempre encontraban auxilio tanto de quienes estaban avergonzados —como los jóvenes “pringados” por alguna venérea— como de aquellos que por otros motivos no estaban dispuestos a esperar hasta cuando un médico los atendiera.
Al correrse la voz, sus servicios comenzaron a solicitarlos personas residentes en barrios tan alejados de su lugar de residencia como la Candelaria, Olaya Herrera, San Martín, Santa Rita y Versalles, así como de los corregimientos circunvecinos, que —estos últimos—, en agradecimiento, le traían gallinas, pescado, gajos de plátanos, yuca y frutas de la cosecha.
Con los merecidos estipendios recibidos en compensación por tan loable dedicación al servicio social adquirió un lote contiguo a la vivienda, donde construyó en 1976 su propia casa, en la cual, con el mismo entusiasmo, continuó su sacrificada labor.
En su denodado afán por ayudar a remediar el dolor y la enfermedad, mas no por descuido o adrede irresponsabilidad, muchas veces se ha arriesgado medicando a personas con padecimientos de gravedad. En su prolongada trayectoria de 53 años de servicio de medicación con buen tino a la comunidad, solo registra un caso desafortunado de reacción al fármaco aplicado, por el cual le tocó darle explicaciones a la justicia dentro de la investigación que terminó a su favor con la decisión de exoneración de responsabilidad.
Con este reconocimiento, al igual que los realizados en otros relatos a partir de los recuerdos de las vivencias en nuestro pueblo, expreso un sincero agradecimiento a quienes, unos más que otros, como los vecinos, han enriquecido con su vida el repertorio de nuestra propia existencia.
