Una vida absolutamente comparada

Una vida absolutamente comparada

"Superarse es muy bueno y es necesario tener referentes para ello. Pero una cosa es equiparar los logros con los de otros y una muy diferente es medirse por ello"

Por: Paulo Augusto Cañón Clavijo
julio 15, 2019
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Una vida absolutamente comparada
Foto: Instagram @k.mbappe

Últimamente tengo una mala costumbre: me mido por los logros de otros. De esta manera, si estoy viendo fútbol, me topo con algún partido del París Saint Germain y con la silueta de Kylian Mbappé —que además es tres meses menor que yo, que ya casi cumplo los 21— marcando goles con la misma facilidad con la que yo como empanadas. Es difícil no sentir al menos un poco de envidia con algo de frustración, ¿no creen?

Usualmente, en familias colombianas, existe la costumbre de las rivalidades, de sopesar a cada persona poniéndola junto a sus primos, tíos o hermanos —o incluso de sus padres, cuando estos tenían su edad— como si el progreso y el desarrollo fueran una competencia por ver a quién le va mejor. Eso me parece triste, que se nos inculque una mentalidad comparativa dañina.

No, no es justo. Y, volviendo al ejemplo de Mbappé, me doy cuenta de que es bastante tonto frustrarme por no haber logrado lo que él sí (el premio Golden Boy, un mundial de fútbol con la selección de Francia, nominaciones al Balón de Oro, etc…). Y es tonto por la sencilla razón de que él y yo, a pesar de ser contemporáneos, tenemos vidas bastante diferentes. 

Para empezar, Kylian Mbappé debe dedicar casi todo el tiempo de sus semanas a hacer ejercicio o a entrenarse para mejorar como futbolista, mientras que yo me dedico a leer, a terminar mi carrera en la universidad y a tomarme una cerveza de vez en cuando; él tiene asesores en su dieta, deportólogos, fisioterapeutas y psicólogos pendientes de su tranquilidad, mientras que yo tengo profesores de redacción, fotografía y edición de video. También es probable que, a diferencia mía, él lleve la mayor parte de su vida con el fútbol en mente, dividido entre los entrenamientos y los partidos. ¿De alguna manera podría ser justo compararme con él? 

Lo mismo podría ocurrir con mi familia, o con la de cualquier otra persona. La vida que vivo es sumamente diferente a la de quienes me rodean. He tenido las oportunidades que otros no, y del mismo modo en el sentido contrario. Ni más afortunado, ni tampoco desdichado; soy, sencillamente, diferente.  

Quizá por eso me reprimo al darme cuenta de dónde estoy poniéndome el rasero y también de dónde lo ponen los demás. ¿Cómo puedo exigirme un éxito para el que no me he preparado? ¿Cómo podemos exigirles a nuestros hijos, primos, sobrinos, etc…, que alcancen lo que otras personas alcanzan, siendo que estas pueden haber tenido un contexto y unas condiciones que ellos no han tenido y que, de alguna manera, han facilitado o permitido que obtengan sus logros?

Y ojo, porque esto no es una llamada a apoyar la mediocridad. Todo lo contrario. Superarse es muy bueno, y es necesario tener referentes para ello. Tal como decía el gran escritor norteamericano —y además Premio Nobel de Literatura— William Faulkner: “La sabiduría suprema es tener sueños bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen”. Pero una cosa es comparar los logros con los de otros y una muy diferente es medirse por ello. 

Viéndolo así, sentirse pequeño, o frustrado, o inútil, por no alcanzar lo que otros sí, es el resultado de no entender el proceso del éxito, y quedarse únicamente con la imagen de sus frutos. Y, lo admito, soy culpable de eso. Frecuentemente lo hago. Solo que me basta pensar en un Mbappé más joven, digamos con 12 años, entrenando bajo la lluvia, pateando el balón hasta que sus botines tuvieran las puntas desgastadas, para que se me pase. 

No lo niego, soy un hijo de esa mentalidad malsana del paralelo económico, profesional y hasta académico. La cosa es que me alegra darme cuenta de ello. Quizá, tal como yo lo hice, ustedes que me leen, ustedes que están viendo a sus hijos, a sus nietos, a sus hermanos pequeños, a sus padres, a sus sobrinos, incluso a sus amigos, también puedan darse cuenta del lamentable modelo que hemos creado. 

Termino de escribir con un café en la mano, mientras veo el video con las repeticiones de los mejores goles de Kylian Mbappé en mi computador. Sonrío porque sé que es posible que él no hable bien español, o que tampoco logre comerse tres empanadas con un solo vaso de gaseosa —y no es algo fácil, créanme—. Puede que mañana alguien se dé cuenta de que aquello que lo hace especial, o en lo que le ha ido bien, es simplemente distinto a lo que han obtenido quienes lo rodean, y se sienta afortunado por eso, por no ser el Golden Boy del 2017, o por no escribir una columna de opinión para un portal web.

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