Una versión diferente del ‘secuestro’ de Salud Hernández-Mora
Opinión

Una versión diferente del ‘secuestro’ de Salud Hernández-Mora

Para empezar, no cabe la palaba “secuestro”, pues la presencia de la periodista o fue voluntaria y pactada, o fue inesperada y vista por quienes la retuvieron como una situación que requería controlarse

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junio 01, 2016
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Una primera precisión de lenguaje sería que el sentido de la palabra ‘secuestro’ supone una decisión y un plan previos para realizar una captura (no existen secuestros accidentales o por coincidencia), y un propósito de hacer un uso determinado para sacar provecho de ello (ya sea económico o de otra índole).

Ninguna de estas dos condiciones se dio en este caso, pues la presencia de la periodista o fue voluntaria y pactada, o fue inesperada y vista por quienes la retuvieron como una situación que requería controlarse.

Lo que hubo fue la retención de un periodista. Lo cual lleva a varias consideraciones.

No sabemos —y probablemente nunca sabremos— cómo o porqué se encontró la periodista en el momento y en el lugar en que quedó en manos de la guerrilla. Solo tendremos su versión, y muy seguramente cualquier versión de la contraparte no será ni siquiera tenida en cuenta y, si acaso, divulgada al mínimo. Existiendo y siendo conocido que existían los canales de comunicación tanto para enviar mensajes como para dar reportajes, lo verosímil y lo que pudo suceder es que en alguna medida lo sorpresivo para quienes la recibieron y la inesperada fuerza de reacción de los helicópteros del Gobierno, implicó un tiempo para decidir qué hacer. Y esto tuvo que ser contemplado por ella como una de las posibilidades por la decisión que tomó, así como el protagonismo consecuente que adquiriría. Porque sin ser un caso tan truculento, misterioso y de prensa amarilla como el del general Rubén Alzate (al respecto del cual nos dejaron con el suspenso de qué hacía paseando sin escolta y con su secretaria, y de cómo o por qué fue que se encontró con los guerrilleros esperándolo donde desembarcó), y aunque se diga que no existen víctimas de primera y de segunda, es claro que los miembros de los medios de comunicación se autoasignan una categoría especial.

Salud Hernández-Mora es una periodista con los méritos de ser de verdad reportera —haciendo la labor en el terreno, y con profesionalismo y compromiso—; valiente —tomando riesgos y asumiendo posiciones firmes—; y además combativa y vehemente.

En esta última característica ha ejercido ya no la labor informativa sino la de escritora de opinión.

Desde su trinchera, dedicada a cuestionar las políticas del Gobierno, complementa o hace competencia al procurador y al expresidente Uribe; en especial en cuanto a oponerse a los pasos que dan el Dr. Santos y su equipo en su visión de buscar lo que suponen como el camino para la paz de Colombia.

Los escritos de Salud Hernández se han orientado, más que a criticar la paz misma, a desconocer que ese es el propósito que se busca, y, mediante descalificaciones y ataques a los grupos insurgentes, ha pretendido que se les dé el tratamiento que se da al enemigo en la guerra y a que esta se mantenga; es decir, se ha comprometido y tomado partido prácticamente como parte en el conflicto armado que vive Colombia, declarándose a su turno enemiga de ellos y asumiendo su columna como un medio para adelantar su enfrentamiento, alentando  e incitando a quienes solo ven como opción la derrota de la contraparte en el conflicto. En ese sentido no sería raro que quienes la retuvieron la vean como un ‘prisionero de guerra’.

Si se toma solo como tarea periodística el informar
sobre las condiciones de las zonas de conflicto,
entraría ella en la categoría de ‘corresponsal de guerra’ o ‘periodista en misión peligrosa’

Por otro lado, si se toma solo como tarea periodística el informar sobre las condiciones de las zonas de conflicto, entraría ella en la categoría de ‘corresponsal de guerra’ o ‘periodista en misión peligrosa’, asumiendo los riesgos que eso implica. Entre ellos, en el mejor de los casos, el tratamiento que contempla el DIH para quienes caen en manos de una de las partes. Y fue lo que en su desarrollo sucedió (Art 79 Protocolo I; Art 5-2-c y Art 5-4 del Protocolo II).

Bajo ninguno de estos enfoques se puede considerar lo sucedido como un secuestro, ni como un atentado a la libertad de prensa. Teniendo en cuenta los miles de verdaderos secuestrados, no parece correcto que se asuma hoy que esa periodista pueda ser el símbolo y la vocera de las víctimas de ese delito. Y respecto a su condición de periodista, se presentan inquietudes: ¿Hasta dónde la libertad de prensa da para pretender inmunidad ante las actitudes que se asumen? ¿Y, si no es en un conflicto armado, esas actitudes, en casos de antipatías personales y por la forma en que se manifiestan (como lo hace esa señora respecto al presidente) responden a la ‘libertad de expresión’, o más bien a un abuso o libertinaje que nace y caracteriza hoy al poder de los medios?

Visto el caso así, no parece tener sentido buscar complicaciones o explicaciones debatiendo sobre si debemos o no interpretar el episodio como un ‘gesto de buena voluntad’ de los insurgentes para propiciar el inicio de las conversaciones.

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