Es deprimente lo que sucede en Venezuela. La inseguridad y el desabastecimiento de productos asfixian a los habitantes de nuestro país hermano. Por eso resulta por demás loable que los medios de comunicación colombianos, especialmente los noticieros de televisión de los canales privados, se hayan lanzando en una cruzada para denunciar los atropellos que al parecer comete el gobierno de dicha nación petrolera.
Ese interés inusitado por la situación de Venezuela es, repito, digno de aplauso. Pero imaginemos por un momento que la protestas no fueran allá, sino acá, en la otra ribera del Arauca vibrador. Y supongamos que no fueran contra un gobierno de izquierda, sino contra uno de derecha, por ejemplo un hipotético tercer gobierno de Uribe. ¿Cuál sería el cubrimiento que le darían los grandes medios de comunicación a las protestas? No es difícil de imaginar: seguramente harían hincapié en los trancones y demás tropiezos a la movilidad de los ciudadanos ocasionados por quienes ocupan las calles para protestar; enfatizarían en los revoltosos que infiltran las marchas para atacar a la fuerza pública con piedras y papas bombas; denunciarían los actos de vandalismo cometidos por esos mismos revoltosos; y por último reproducirían las declaraciones de las autoridades oficiales según las cuales las manifestaciones estarían siendo auspiciadas por las Farc. De hecho Maduro hace eso mismo: endilgarle a un grupo armado ilegal -en su caso los paramilitares- la responsabilidad de promover las protestas con el fin de desestabilizar su gobierno.
Es lamentable que ya haya una treintena de muertos producto de las manifestaciones ciudadanas en Venezuela y es justo que los periodistas colombianos denuncien esa barbarie en vista de la ley mordaza impuesta a los medios en el vecino país. Pero la realidad es que en Colombia han acontecido sucesos igual de macabros: cuatro muertos en las recientes protestas de campesinos en el catatumbo, 26 militantes de la marcha patriótica asesinados y un largo etcétera.
Bueno es que los medios colombianos se preocupen por la situación de venezuela, pero lo es más que también se conduelan por lo que pasa aquí en nuestro país; para no ir muy lejos se estima que en Cali la tasa de homicidios ronda los 90 por cada 100 mil habitantes, cifra por la cual la Capital de la Salsa se hizo acreedora al nada honroso título de sexta ciudad más peligrosa del mundo. En efecto, según informaciones de prensa en lo corrido del 2013 en la capital del Valle se registraron más de 1900 homicidios, 451 de ellos atribuidos a conflictos entre pandillas.
La situación en Cali ha tocado fondo: el año pasado un profesor de univalle fue descuartizado trás ser víctima de paseo millonario, en meses pasados hubo una masacre en una discoteca y hace un mes hirieron a bala al hijo del periodista Álvaro Miguel Mina en un intento de atraco. A eso se suma que uno lo piensa dos veces antes de visitar el Oriente de la ciudad por miedo a ser víctima de una bala descerrajada por osar atravezar una de las llamadas fronteras invisibles. Por otra parte, más de dos mil jóvenes de la ciudad se han enrolado en pandillas y 250 mil caleños están en riesgo por la presencia en la ciudad de miembros de las milicias de las Farc y las llamadas Bacrim. Una bomba de tiempo alimentada por la pobreza, la exclusión, el desplazamiento y un desempleo crónico que ronda el 13%.
Ojalá los medios vuelquen su atención a Cali y el Valle, porque la crisis no sólo es en Venezuela.