El escabroso manejo que el saliente presidente del Senado, Juan Diego Gómez, le dio a la instalación del nuevo Congreso y el retardatario recibimiento que le dieran Paloma Valencia y compañía a la designación del exmagistrado Iván Velásquez como nuevo ministro de Defensa es un indicio de lo borrascosos que podrían llegar a ser los trámites de las grandes reformas en que está comprometido Gustavo Petro, si este no se hubiera puesto los guantes de seda con los que está manejando la espinosa escogencia de quienes lo acompañarán desde el gabinete ministerial, el cuerpo diplomático y demás importantes cargos.
Los anteriores hechos anómalos, sumados al escozor que también causó la designación de Leonor Zalabata como embajadora ante Naciones Unidas, auguran las difíciles relaciones que propiciará el sector que más miedo infundió en campaña contra el candidato que a la postre resultó vencedor.
Uno se esos generadores de miedo fue el propio Juan Diego Gómez, un personaje digno de la confianza de solo quienes lo pusieron al frente del Congreso saliente. Presidiendo la instalación del nuevo, hizo uso de los más truculentos procedimientos para deslucirla, tal vez porque en ella se protocolizaba la conversión de la oposición a Iván Duque en bancada de gobierno.
En primer lugar, se abstuvo de reconvenir al presidente Duque por su inicua decisión de abandonar el recinto sin escuchar la réplica a su gestión que, por mandato expreso de la Ley 1909 de 2018, la oposición tenía derecho a formularle. Y no solo no lo hizo, sino que sometió al vocero de esta bancada al afrentoso saboteo del que dan cuenta los premeditados desarreglos en los sistemas de comunicación que se dieron al momento de su discurso, los mismos que nunca antes se habían presentado, ni se volvieron a presentar después.
Sin embargo, todo eso palidece ante su decisión de levantar la sesión sin que se hubieran evacuado todos los puntos del orden del día, del cual hacía parte el trámite de la renuncia del magistrado Jaime Lacouture, quien así lo requería por aspirar a ser secretario general de la Cámara.
Sucedidos semejantes procederes, que constituyen una burla al nuevo Congreso y, por tanto, prestan mérito para ser sancionado, ¿cómo censurar que se hubieran presentado tantos desórdenes como los que se dieron en esa sesión inaugural? Desórdenes que ojalá no se vuelvan a presentar, como tampoco deben presentarse despedidas como la de este triste personaje.
Ojalá lo que venga sea un Congreso animado solamente por la mayor disposición a trabajar en pro de las reformas en que están afincadas las expectativas populares, las cuales, entre otras, deben concretarse lo más pronta y adecuadamente posible.