Tiros y troyanos se fueron lanza en ristre contra el fuerte cambio de propietario y sobre todo de dirección editorial que se acaba de dar de la revista Semana, cuando supuestamente este medio informativo pasó del “ecuánime” Felipe López Caballero, hombre venido del bloque de poder dominante en Colombia con herencia de un abuelo y padre presidente, al clan de tradición judía representado por la familia banquera Gilinski. Algunos creen que López fue un modelo de periodismo “objetivo” y que Gilinski es la expresión del dominio financiero sobre el periodismo. Lo primero no es tan cierto, mientras lo segundo sí es correcto.
La Semana de Felipe López siempre jugó a la doble, mientras hacía investigación sobre casos de corrupción y violación de los derechos humanos en Colombia, temas que han sido lamentablemente la constante de nuestra historia, jamás entró en contradicción con el poder dominante. Incluso, hoy algunos críticos le sacan las portadas cuando se veneraba a Álvaro Uribe. Y esto en razón a que al bloque de poder de donde viene Semana lo tocaba, pero no se le enfrentaba a fin de derribarlo, tal como podría hacer una medio de corriente política adversa a la tradición estructura dominante en el país. La revista tuvo en su momento periodistas e insignes columnistas que denunciaban la corrupción y la violencia persistente desde el poder militar y civil. Sin embargo, denunciaban, pero todo terminaba en tablas. Es decir, nunca existió el más allá.
Parafraseando a Marx y Gramsci en sus análisis (que algunos catalogarían de mamertos), Semana fue y ahora más una empresa periodística, un medio que debía dar rentabilidad, razón mínima de sustancia capitalista. En este sentido, expresaba con Felipe López el sentir de la base económica domínate del país, representando su superestructura de dominio por medio de una ilusión ideológica de supuesta imparcialidad.
A lo Gramsci, la afamada Semana de López Caballero lo que hacía era afirmar la hegemonía intelectual y cultural que está implícita en una lucha entre visiones del mundo basadas en la expresión de clase, lo cual se sintetiza en valores, ideas, creencias y concepciones de una aparente democracia que hoy podemos constatar nunca de verdad ha existido en Colombia, y menos ahora, y sobre todo en un supuesto sentir que dicho medio constituía la mejor representación de una libertad de prensa, cuando sabemos que no es más que una libertad de empresa.
Los que alardean del supuesto democratismo informativo de la Semana de Felipe López —quien de acuerdo a Ana Noguera @AnaNoguera, extrabajadora de dicho medio, “no le gustaba que nadie se subiera al ascensor del edificio de Semana cuando iba él”—, en contraposición del supuesto de que Gilinski con su nueva directora Vicky Dávila acabó con la democracia de dicho medio, olvidan que este como tal no fue más que el ideal celestial de ecuanimidad moderada de las ideas de la clase gobernante colombiana, y con ello viva expresión del origen de clase de su antiguo propietario, que no hacía más que reflejar las ideas que han dominado y permeado a nuestra sociedad con el apoyo de intelectuales a su servicio, quienes conscientes o inconscientemente en calidad de periodistas le han servido a los intereses del medio.
El proyecto de Felipe López no fue más que un supuesto proyecto con barniz ilustrado, el cual imaginariamente se quiso presentar como democracia liberal en el debate público, y donde hoy desde diversas trincheras se quiere reivindicar al estilo de la utopía ilustrada que supuestamente está siendo desmantelado por herejes periodistas con apoyo del capital financiero de los Gilinski.
Pero no es que los Gilinski quieran cambiar la supuesta utopía democrática de Felipe López. No, ellos entienden una nueva forma de periodismo que en nuestros días se sustenta en el moderno desarrollo de un capitalismo digital, el cual es agitado como bandera revolucionaria de nuestros tiempos en el Silicon Valley, con el compadrazgo de Wall Street: que es uno donde de antemano se antepone la publicidad a toda costa, mediante el nuevo digitalismo, que a la especie de los jóvenes youtuber se marca mediante pauta publicitaria con cada pantallazo.
Y para eso la figura de Vicky Dávila resultó acertada, en el sentido de que ella encarna lo que hace unos años era “la foto el muerto nacional”, un periódico vespertino barranquillero de los años 60 del siglo pasado, sobre el cual los voceadores de prensa gritaban a viva voz colocando como gran “noticia” al asesinado del día, ejemplo que luego seguirían otros medios nacionales. Más tarde de esta experiencia llegaron los famosos “flash informativos”, “noticias de última hora”, “atención, atención”, todo lo cual no es otra cosa que generar expectativa, llamar la atención y colocar en alerta al ciudadano para ver qué será lo que se informará. Esto es en esencia un periodismo espectáculo, donde brilla por su ausencia la información con contenido, pero que pauta y por ende da ganancias.
Los Gilinski desde el comienzo, cuando tomaron el control sobre la revista Semana, señalaron que querían un periodismo de nueva tecnología y de la era digital, enfocado en buscar y conseguir la inmensa mayoría de personas que no leen y por ende no analizan, y para quienes su base comunicacional es vía Facebook, Twitter y WhatsApp. Esta nueva Semana se ha adaptado a las empresas de Silicon Valley y, como señala Ekaitz Cancela en www.lamarea.co, tiene como fin “extraer, compilar y analizar nuestros datos mediante sus sistemas de inteligencia artificial con el fin de ofrecer buena parte de los servicios futuros”. Por eso los Gilinski van más allá, buscan nuestros datos a fin de moldear un pensamiento más sumiso. Como dijo Daniel Coronel, ellos quienes ser la Fox de Colombia.
Y no es difícil entender el pensamiento materialista de la esencia capitalista de los financieros Gilinski, quienes a decir de Rodrigo Javier Agostino: Teniendo en cuenta (lo) que Marx postula, (…) existen tres formas de aumentar la tasa de ganancia —aumentar la cantidad de horas de la jornada de trabajo, bajar el salario (de los periodistas) y desarrollar tecnología que le permita aumentar la productividad del trabajador—, solamente puede llegar a permanecer en el tiempo y es el desarrollo de la tecnología (aumento del capital constante), ya que las otras dos poseen límites naturales. Y eso es lo que los nuevos dueños de Semana están haciendo.
Precisamente el gran centro del pensamiento capitalista en materia de periodismo y de supuesta libertad informativa, Libertad Digital, a través de Francisco Capella, deja a las claras el rumbo de la “nueva” Semana cuando señala y explica:
En el mundo capitalista occidental hay libertad de expresión reconocida y practicada, pero persisten intentos de sometimiento y control de la prensa por parte de poderes políticos y económicos". El control político de la prensa es por supuesto indeseable, pero el control económico es perfectamente natural: el propietario de un medio de comunicación es quien en último término decide su utilización, su orientación, qué artículos se publican y cuáles no, qué interesa y qué se desecha. A algunos periodistas les molesta que sus jefes les indiquen acerca de qué y cómo informar. Son libres para convertirse en empresarios de su propio medio de comunicación. Si quieren un salario seguro a fin de mes deben aceptar las limitaciones de ser un trabajador a sueldo: el dueño manda. En eso consiste la auténtica libertad de prensa, en ejercer la profesión de periodista respetando los derechos de propiedad.
Como ven, dicha expresión se adapta a lo que fue la Semana de Felipe López, pero más se acerca a lo que hoy parece ser que representa la “nueva” Semana de Gilinski. Por eso hay que decir, tenemos Semana para el capital.