El ministro de Agricultura está logrando una sacudida del sector agrario como no se hubiera pensado posible bajo este gobierno.
Sus desafiantes declaraciones han multiplicado el rechazo que habían tenido las infortunadas del presidente Santos durante los paros.
Contrario a las políticas o actitudes que han caracterizado las posiciones del Dr. Santos, este ministro ha decidido quedar mal con todos aquellos que tienen que ver con su cartera.
También en contra de la orientación general del gobierno, ha decidido no apoyarse en las élites del poder sino descalificarlas a rajatabla: lo que no vaya con su pensamiento no es sujeto de controversia sino de agresión por su parte.
Pero su interés tampoco parece estar en lo que vive la gente que gana su vida en la agricultura. No analiza en función de las quejas y las protestas que con tanta vehemencia se han producido, sino de un modelo que él tiene en la cabeza, que funciona solo alrededor de la dimensión macroeconómica de un supuesto aumento de la eficiencia sin importar a costo de qué.
Tampoco se entiende o tiene interlocución con las llamadas 'dignidades', que en el fondo son solo los productores no agremiados y descontentos con quienes ejercen la vocería sin representar verdaderamente sus intereses.
En realidad lo que está sucediendo en el sector agrario tiene un paralelo bastante cercano a lo que pasa en el mundo de la política. Igual que los partidos se encerraron en un mundo autosuficiente sin contacto con los electores, los dirigentes agrarios no parecen estar cercanos a sus representados. Más dedicados a reelegirse que a auscultar la voluntad de sus asociados, la mayoría de la dirigencia gremial se ha dedicado a congraciarse con el gobierno de turno, manteniendo una solidaridad con el statu quo parecido al de los partidos políticos.
Y se puede decir que la distancia del ministro con todo el sector es en algo parecido a la actitud de los recientes gobiernos que solo han pensado en implementar el modelo neoliberal sin analizar si realmente es válido a nivel teórico y sobre todo sin considerar los efectos sociales que puede conllevar —y al cual, como dice Navarro, 'ya se le están viendo los huesos'—.
Pero lo grave no es el parecido porque el ministro no reconozca a nadie en el sector.
Igual que un país no puede funcionar sin partidos políticos de verdad (es decir, el problema que tenemos en Colombia), el campo, tanto para su explotación económica como para su orden social, requiere de gremios estructurados y representativos para funcionar adecuadamente.
La sacudida que está dando el ministro no se orienta hacia esto. Por el contrario, en su obsesión por la eficiencia, ve la intermediación de los gremios como responsable únicamente de los malos resultados económicos, de productividad y de producción, y para nada les exige esfuerzos para su organización interna o para otras dimensiones de su función social.
El error de partida es pensar que el campo puede ser 'competitivo'. Si los países desarrollados dan subvenciones a quienes trabajan el sector rural no es para poder ganarle a Colombia en los mercados internacionales sino para que esa actividad tenga rentabilidad parecida a los otros sectores de la economía. De otra manera todos los recursos se destinarían a otras ramas (comercio, industria, finanzas son más rentables) con lo cual otras funciones como la seguridad alimentaria, la ocupación y seguridad misma del territorio, o la supervivencia de la población residente quedaría en entredicho.