Manifestaciones, paros, marchas y protestas hacen parte del paisaje cotidiano de nuestro país, sobre todo para los que trabajamos en el centro de Bogotá. Aquí se marcha por todo, para la muestra un botón, esta semana tuvimos la minga y el paro nacional convocado por un sinnúmero de organizaciones.
Al pensar en esto, recordé una que un día saliendo de mi oficina, tuve que pasar por en medio de una marcha, creo que era una de Fecode (que se la pasa de paro en paro), en la cual iba un grupo de unos 400 profesores caminando por la calle 19. En ese momento, mientras escuchaba sus arengas y leía las consignas de los pendones que llevaban, me vino a la mente una imagen que uno ve recurrentemente en las películas de Semana Santa: el pueblo de Israel hace un becerro de oro, convirtiéndolo en dios y rindiéndole tributos. De esta manera pude entender que todo eso hace parte de la religión llamada Estado.
Y es que a pesar de ser Colombia en su mayoría un país creyente, esta nueva religión se ha abierto espacio, ganando devotos de manera exponencial en toda la sociedad, con una participación y crecimiento importante en los jóvenes, quienes ven en el Estado un dios que tiene toda suerte de poderes para garantizar la subsistencia en la tierra.
Es habitual que crean, conforme les enseñan las clases de doctrina en los colegios públicos y universidades (privadas y públicas), que al pedirle a este dios y reverenciarlo él les garantizará empleo, educación, salud, vivienda, un ingreso mensual, oportunidades, en fin, todo.
También, existen muchas denominaciones políticas (desde la izquierda hasta la derecha) cuyos sacerdotes (líderes políticos) hablan de las bondades de este dios, y que dicen que si colocan su confianza en él y entregan sus impuestos no serán jamás defraudados, ya que, gracias a su gran poder, el Estado incluso tiene la capacidad de acabar con la pobreza, hacerse cargo de los más vulnerables y erradicar la desigualdad.
Lo preocupante de esto es lo que crea en las mentes y en la sociedad en general, ya que las personas prefieren que el Estado haga todo por ellos: que resuelva los problemas (incluso los personales), que les de la comida, el estudio, la ropa y el vestido, y que ayude a los pobres y a los vulnerables, pero la verdad es que, como el becerro de oro de la película, de nada les sirve al final y se queda corto para responder todas sus demandas.
Recordemos que, mientras el pueblo construía este dios, el verdadero Dios le daba diez mandamientos a Moisés. El primero decía claramente “no te harás dioses ajenos”, porque Dios sabía que es fácil que la gente sea engañada y piense que otras cosas (el Estado, el becerro de oro) son las que realmente les ayudan a salir adelante o les dan la provisión.
Lo que realmente sirve es que las personas dejen de colocar su mirada en este dios y religión, que los vuelve esclavos, y entiendan que las capacidades (talentos, sus manos) que Dios les dio son la manera en la cual pueden encontrar progreso y ser realmente libres. El día que se haga esto seguramente Colombia logrará todo su potencial, como lo han hecho los países que a lo largo de su historia han incorporado estas bases (los países escandinavos que tanto admiramos, por colocar un ejemplo).
Por eso si usted hace parte de esa religión, sea porque simpatiza o es un devoto creyente, no espere más, ¡queme ese becerro!