Debatir sobre el contenido de la reforma propuesta por el Gobierno no tiene mucho sentido. Es un desgaste inútil.
Por un lado, se sabe que el resultado final será muy diferente de lo que se presenta inicialmente; por otro lado, lo evidente es que la divulgación mediática poco tiene de contacto con la realidad: ni es una ley cuyo verdadero propósito sea ‘ayudar a los pobres’, ni se espera un recaudo remotamente cercano a los 30 billones que se supone requiere el gobierno. Por último, se sabe que en el fondo lo que se da es una negociación política en la que cuentan más las cuotas de poder que se reparten que los problemas que se atacan (esto agravado por estar de por medio la inminencia de las elecciones).
Respecto al monto, este equivaldría a vez y media más del recaudo logrado en las dos anteriores sumadas, las cuales requirieron además complementarse con endeudamiento y con aumento del déficit resultante en cada caso. Es obvio que es una pretensión utópica (o mentirosa).
Pensar que al ponerle el nombre de ‘Solidaridad Sostenible’ se cambiará la naturaleza de reforma tributaria es algo más que engañoso, pues pareciera que no es intentar tapar el sol con un dedo, sino confundir a los ciudadanos, y disimular las consecuencias del mal manejo del Estado achacándole al virus y a la pandemia lo que estamos sufriendo.
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Mal se puede pensar en una reforma tributaria para beneficio de la ciudadanía y menos para el de los pobres; son las necesidades fiscales del Estado se impulsan
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Mal se puede pensar en una reforma tributaria para beneficio de la ciudadanía y menos para el de los pobres; no en todo caso en Colombia. Son las necesidades fiscales del Estado las que determinan cuándo y cómo se impulsa una.
Ante esto los puntos por dilucidar son hasta dónde es necesaria y hasta dónde es oportuna.
Sobre la necesidad no puede haber duda. La economía venía en franco deterioro desde los últimos tres años (tanto que eso había justificado ya dos reformas tributarias), y por supuesto al añadir la pandemia (o el manejo de ella) nos llegó la situación de catástrofe.
Sobre lo otro, lo oportuno o no depende del contenido, la orientación, y el manejo que se le dé.
En cuanto a la orientación: ¿buscará el Dr. Carrasquilla un camino diferente al que no ha aportado soluciones con cuatro reformas tributarias que ha adelantado como minhacienda?
Un fenómeno común a todo nuevo arreglo tributario es que puede reestructurar las capas sociales, pero nunca hacia arriba. La clase media puede prosperar por sus propios esfuerzos pero el aumento de los impuestos solo puede bajarla a la pobreza. Cuando se habla de aumentar el recaudo – nuevos impuestos, aumentar las tarifas o aumentar a los que tributan- solo se puede afectar negativamente uno u otro estrato. Como en últimas quienes acaban decidiendo son quienes controlan el establecimiento, nunca será realmente a costa de ellos esa afectación (eso solo lo haría una revolución).
En cuanto a los pobres, el tema de los impuestos es inexistente. Algo que llama la atención en las decenas de casos referenciados por la premio nobel Esther Duflo para entender (‘repensar’ dice ella) el mundo de los pobres es que no existe mención a ello. Simplemente el mundo de los pobres es el de la supervivencia donde no pueden ni pensar, ni informarse -ni por supuesto intervenir- en cómo se trata dicho tema. (Por ejemplo, decir que se reintegra el IVA es solo un pretexto para imponérselo).
Por destacar hasta el momento es la falta de claridad en el trámite. Lo aparente es que se pretende una aprobación con el menor debate posible; que se está jugando a ‘soltar globos’ (v. gr. el IVA para azúcar, arroz, chocolate, etc.) pero sin permitir conocer el conjunto y los detalles del proyecto. Pareciera que el propósito es acudir a la presión del tiempo para lograr una aprobación sin pasar por las discusiones que conllevaría; y/o que no se sepa cuáles podrían ser las intenciones iniciales que tuvieran que desaparecer por el rechazo que pueden producir.