El próximo miércoles 17 de junio se cumplirán 26 años del inicio del Mundial de Estados Unidos 1994. Este torneo representó para algunos, la ilusión más grande generada entre los colombianos de que la Selección llegará como candidato a ser campeón del certamen, después de haber demostrado cierta categoría en el famoso 5-0 contra Argentina, pero que terminaría con un desopilante resultado deportivo y el fatídico asesinato de uno de los mejores zagueros, hasta entonces, del fútbol nacional.
Pero una desgracia más grande, era el reconocimiento que por el momento tenía mundialmente el país por personajes nefastos que eran admirados por un sector de la sociedad colombiana como filántropos y altruistas, que dieron origen a una juventud sin futuro, sin metas a largo plazo, motivándolos a sacrificar su vida por mejorar su situación material en los suburbios de Medellín y otras ciudades, a cambio de perpetrar asesinatos contra personajes que estos carteles consideraban como enemigos.
En este contexto se desarrollaron películas como “Rodrigo D. No Futuro”, donde se relata la historia de un joven que expresa todo ese inconformismo vivido con la sociedad haciendo música punk. Es el mismo momento donde se originaron bandas como La Pestilencia, que desde sus inicios dieron rienda suelta a canciones contestatarias y que con pocas frases invitaban a la reflexión del fenómeno que se estaba tomando Colombia, ese que equiparaba las vidas con cierta cantidad de billetes y que de a poco estaba llevando al país a lo que algunos vecinos del norte del continente consideraban un Estado Fallido.
Estos son solo dos vagos ejemplos de cómo parte de esa juventud respondió a ese desgarramiento social y a la eterna indiferencia por parte de los gobiernos de turno, que aplicaron estatutos de seguridad para combatir al enemigo interno y otros que ante episodios tan horrorosos como la toma del Palacio de Justicia sucumbieron ante los militares. Así como esta juventud tomó en sus manos el arte y no las armas, nosotros como jóvenes debemos tomar una actitud crítica frente a esta situación, no tiene que ser a través de una banda o de un colectivo de personas, puede ser desde una iniciativa propia e individual.
Ser joven a partir de estos sucesos deberían marcar un límite que diferencie ese pasado tortuoso del país por un nuevo futuro, por una construcción de memoria que nos haga reflexionar acerca de qué acciones nos han llevado a una violencia e indiferencia extremas. Deberíamos pensar cómo contribuir a poner fin o por lo menos a mitigar el fenómeno del narcotráfico en Colombia. Hay que hacer algo más que depender del Estado -no en el sentido atenido Martaluciano- que desde el arranque ha llegado tarde a cumplir con sus funciones de bienestar e integridad.
Para nadie es un secreto que este “mercado” ahora está en manos de grupos residuales de los carteles de los años 80 y 90, de grupos disidentes de organizaciones armadas y de las llamadas Bacrim. El consumo de estas sustancias en menor o mayor medida alimentan esa cadena de sangre y muerte, aumentan el número de líderes sociales asesinados y de campesinos desplazados de sus tierras. Si, todo esto por comprar su dosis recreativa para departir un rato con sus amigos o llenar sus vacíos materiales o existenciales.
Es momento de hacer autocrítica y pensar qué acciones podrían contribuir a no proliferar este estigma del narcotráfico, que durante años nos ha perseguido como una sombra. Aquel año de 1994, nos dejó por el piso ese triunfalismo errante que por ocasiones nos ha caracterizado, la muerte de Andrés Escobar y la elección de un presidente que fue financiado por los hermanos Rodríguez Orejuela. Toda esta historia giró y girará entorno al mismo problema estructural que tenemos como sociedad, si desde nuestra posición no cambiamos algunos hábitos vanos y superficiales. Así pues, será complejo vislumbrar un horizonte más beneficioso para las nuevas generaciones del país.