Muy al contrario de la mayoría (que opinó en el calor de lo reciente, sin tomarse un respiro, sin concederse un poco de distancia frente a la alocución presidencial del pasado domingo), he esperado algunos días para tener la oportunidad de contar hasta cien antes de presentar al público mi punto de vista alrededor del tema que hoy trasnocha a los colombianos. He escuchado diferentes voces, distintas opiniones de un lado y del otro, de aquí, de allá y de acullá. También leí con lupa las 6 objeciones del presidente Duque y las reformas que propone en el marco de la justicia transicional. De paso me pregunto si el lector de este artículo, y que de pronto va a reaccionar a la topa tolondra alrededor de mi opinión, se ha tomado el tiempo para leer dichas objeciones, para situarlas en su contexto, y lo que es más importante: concederse el beneficio de la duda de cara al planteamiento del presidente y del Centro Democrático, y de acuerdo a las precipitadas reacciones tanto de personalidades como de los ciudadanos de a pie, de la masa que a veces le cuesta o le da pereza poner a funcionar la masa gris. En efecto, no terminaba el presidente Duque su alocución cuando se desataba en las redes sociales la consabida y vulgar batalla campal entre los defensores de la JEP, entre los amigos y enemigos de Uribe, entre los amigos y enemigos de Petro, entre los amigos y enemigos del sí y del no a la paz. Luego estamos ante el mismo escenario, eso sí cada vez más polarizado: la cuerda tensa que violentamente halan de un lado y del otro y que terminará por reventarse si este zafarrancho continúa.
Llevamos 60 años de conflicto armado en Colombia, de los cuales 8 años se han dedicado a discutir con seriedad y continuidad sobre asuntos de paz (los dos periodos de Juan Manuel Santos y los 7 meses de Duque). Nada de raro tiene que nos quedemos indefinidamente en discusiones banales, en tanto la guerra y su canto de muerte siguen su curso. No exagero: los del sí, seguimos con el sí; los del no, seguirán con el no; los que defendemos la JEP, por su trascendencia histórica y como oportunidad magnífica para el devenir de la patria, seguiremos firmes con esa convicción; y los que le encuentran reparos, tampoco cederán. Es más, los enemigos de la paz, que tienden a ser puntillosos, le encontrarán, quizás, reparos ad infinitum. Por eso estamos en un punto muerto, de no retorno, de polarización en su máxima expresión, y todos sabemos, o al menos intuimos, a dónde van a parar más temprano que tarde las polarizaciones.
En todo caso, para resolver este acertijo, este escollo irresoluto, este marasmo enmarañado y peligroso, se me ocurre que tiene que haber un punto de encuentro, una oportunidad de consenso, un espacio donde alguien, algunos o muchos cedan un poquito, y los del otro lado cedan otro tanto. Por ejemplo, siendo yo por principio un defensor de la JEP, del proceso de paz desde sus inicios, cuya postura he refrendado en múltiples escenarios, particularmente con artículos de opinión, me encuentro en un estado de perplejidad, pues también he sido un doliente del tema del abuso a los menores de edad en un país donde los violadores sobreabundan, y en el que las víctimas están condenadas a la vergüenza, a la ignominia, al trato más inhumano e injusto.
En este sentido, el presidente Duque presentó una propuesta interesante, solo me referiré a ella, pues las 6 objeciones que planteó y las otras reformas me parecen innecesarias, y a mi modo de ver no resisten un análisis serio y profundo, y lo que es más preocupante, generan más disensos entre los compatriotas. Duque afirmó el pasado domingo en su alocución que presentará ante el Congreso una reforma constitucional para modificar el acto legislativo 01 de 2017, para mejorar la jurisdicción especial para la paz. El primer punto plantea la exclusión de los delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes de la justicia transicional. Es precisamente este punto el que me conduce a un dilema, o encrucijada del alma como diría Uribe: pasar de largo ante el que es para mí el más atroz de los delitos, dejaría un mal precedente. Al respecto la Corte Constitucional se pronunció, y palabras más, palabras menos dice: los delitos sexuales cometidos contra menores son crímenes graves sobre los que no cabe amnistía. Sin embargo, admite que sí pueden expiarse con penas alternativas dentro de la JEP. Y añade: Si los delitos sexuales son juzgados con las sanciones establecidas por el Acuerdo Final, las víctimas y los colombianos, en general, conoceremos más sobre cómo ocurrieron estos flagelos.
En fin, mi dilema sigue en pie, y ni aún con lo que acabo de contextualizar se calma mi perplejidad… y hasta ahí llego, porque ese asunto es más complejo de lo que podamos creer. En fin, que de esta papa caliente se ocupen los juristas y que ellos definan este entuerto en el marco de la justicia transicional. Lo que sí resulta claro es que las objeciones y propuestas de Duque respecto a la JEP provocan un choque de trenes entre las diferentes ramas del poder público, lo cual acaba de empeorar el panorama. Eso sí, a pesar de mi perplejidad renuevo mi apoyo irrestricto al cese de los odios, de la guerra, del conflicto armado de una vez por todas y para bien de todos. Por otra parte, el mismo presidente ha dicho que la honorable Corte Constitucional tiene la última palabra. Amanecerá y veremos.
Finalmente, mientras los izquierdistas odien a los derechistas y viceversa, y mientras los petristas odien a los uribistas, y estos a los otros, y mientras ambos se insulten y se traten como enemigos a muerte… en un contexto así de intolerancia extrema no tiene sentido hablar de paz. La paz comienza adentro y se proyecta afuera. Empecemos con el lenguaje pacífico, y de pronto de la palabra se pasa a la acción pacífica. Si odiar a Uribe, desearle el mal Uribe, querer ver preso a Uribe, es la única obsesión y la meta exclusiva de algunos “pacifistas”, van por mal camino. Si encontrarle reparos a la JEP tiene como único fin dilatar por decenios la guerra, el camino es igual de malo o peor. Yo invito a la moderación, que no es tibieza, sino sensatez y prudencia.
Me adelanto a las afrentas de los apresurados: en la actual coyuntura le dicen tibio al que está más allá del odio, de los extremos y al que propone la compostura, la temperancia y el respeto. Y ni qué decir tiene si de inmediato los incautos y enardecidos asocian esta actitud con cierto político antioqueño, amigo de contemplar ballenas en el pacífico mientras el rancho arde. La Moderación con mayúscula, la mesura es una buena alternativa que por el momento no tiene candidato ni color político. Invito a que nos escuchemos, a que expongamos argumentos, no insultos bajos, a que nos concedamos el beneficio de la duda ante lo que plantea el otro que piensa y siente distinto a mí. Generemos un lugar de intersección en la geometría de nuestro amado territorio, como el que hacíamos en el colegio cuando estudiamos la teoría de los conjuntos. Tiene que haber entre los grupos enfrentados un espacio para coincidir un poco, más allá del sí y del no, más allá de la izquierda y la derecha… Un lugar, bendito lugar, para ceder unos centímetros en aras de salvar la JEP, de salvar la paz, de salvar a Colombia.