"Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti" (John Donne).
La franja blanca de la bandera de Sampués, en el departamento de Sucre, según la página oficial de su alcaldía, representa el espíritu pacifista y tolerante de la gente de este pueblo. La tolerancia, esa palabra poco consistente, como cuando le llaman a un homicidio agravado, crimen de intolerancia o como, en Cien años de soledad, cuando el coronel Aureliano Buendía, en el cenit de su soberbia y soledad del poder, dibujaba un circulo, donde arribaba, para que nadie osara atravesarlo o para separarlo de los demás.
Nunca turbe la paz la violencia, reza el himno de Sampués, ubicado en la parte baja del valle del río Sinú. Un pueblo de campesinos sabaneros, descendientes de la Nación Zenú, territorio que hace parte del Resguardo Indígena de San Andrés de Sotavento, que, aún labran la tierra, se dedican a las artesanías a base de caña flechas, como el reconocido sombrero vueltiao, símbolo de la región Caribe, las mecedoras con espaldar tejido, las abarcas trespuntás, entre otros productos u obras de arte popular. En la que rondan altos niveles de pobreza e incipiente desarrollo. Según la Anla, a esta región la atraviesan líneas de hidrocarburos, también, se construye la segunda calzada Sampués-Sincelejo, con ocupaciones del río para redes de alcantarillado pluvial y para acueductos locales.
Con la firma del acuerdo de paz, la gente de Sampués, que ha sufrido el despojo de tierras, el desplazamiento (8,9% en el índice de impacto demográfico) en una región que se tomaron a sangre y fuego, con más de cincuenta masacres en los alrededores, parapolítica, boleteo, extorsión, torturas, instituciones débiles y excluyentes, corrupción; en la que aún recuerdan, con miedo, la ley de hierro de los paramilitares al mando de alias Diego Vecino y de alias Cadena, que negociaban el producto del abigeato, con las transferencias para el sostenimiento del Resguardo Indígena, según la página Verdad Abierta, las regalías del petróleo, el impuesto al gramaje de las drogas que se traficaban en el corredor estratégico entre el valle del río Sinú, los Montes de María, la depresión momposina y el golfo de Morrosquillo, entre otros negocios de la economía subterránea, de la criminalidad y, al parecer, con la complacencia de las autoridades locales y regionales.
Para muchos, en ese contexto, no fue sorpresa que el pueblo de Sampués saliera a las urnas con esperanza en el plebiscito por la paz, para introducir 6.816 tarjetas para que, en este municipio, ganara el sí, con el 59,72% y que en las pasadas elecciones, con el 32,47% estuviera a punto de ganar las elecciones a la alcaldía el Movimiento Indígena (MAIS), derrotado por una mujer, militante de Cambio Radical, proveniente de una familia tradicional, de la gente bien del pueblo, de la que, según Alonso Sánchez Baute, es mejor pedirle a Dios que nos libre. Sin embargo, después de la firma de este histórico acuerdo de paz, en 2016, en vez de avanzar hacia la reconciliación, con la presencia del Estado con políticas sociales en cumplimiento de los acuerdos; en vez de hacer de esta región rica y vital, un laboratorio de paz, devino una fábrica de víctimas, por ejemplo, poco más de un centenar de líderes indígenas, han sido asesinados, en medio de una disputa territorial entre la nueva generación de bandas delincuenciales, extraídas de fallidos sometimientos a la justicia de organizaciones de autodefensas y de disidencias de la insurgencia. Desde las vísperas de la firma de la paz, en Sampués y sus alrededores, anunciando la disputa territorial que vendría, empezaron a circular panfletos amenazantes, como en La mala hora de Gabriel García Márquez, entre los que han mencionado a una banda llamada Mano Negra, otra denominada el Comando Central de Limpieza, los Caparrabos, el Clan del Golfo y hasta disidencias de las FARC, que pondrían en peligro la profesión de ejercer el liderazgo social, casi una crónica de una muerte anunciada.
En ese contexto, como ha ocurrido en otros crímenes de líderes sociales, que pretenderían quizá desviar la investigación, de los reales propósitos de limpieza estratégica o justificar su muerte violenta, el pasado 2 de octubre de 2017, con varios impactos de bala en el abdomen y el tórax, asesinaron a Luis Villadiego Puentes, según las autoridades locales, por oponerse a que le hurtaran su motocicleta, como efectivamente ocurrió, mientras departía con otras personas, y dos tipos llegaron a hostigarlo, en la vereda el Achiote del Municipio de Sampués, Sucre. A los pocos días, capturaron a Alias Ratón Mojado, el presunto autor intelectual, criminal de poca monta que manifestaban militaba en la banda delincuencial Los Mataperros.
Michel Forst, relator de Naciones Unidas, sostuvo en febrero de este año que Colombia es uno de los países más peligrosos del mundo para la defensa de los derechos humanos. Las cifras solas no muestran la tragedia humana que hay detrás de cada caso. Por eso un grupo de columnistas, hemos querido recuperar los rostros y las vidas de algunos líderes asesinados. En este caso, pretendo contar la historia y preservar la dignidad y memoria de Luis Villadiego Puentes, miembro del Cabildo Indígena Zenú, presidente del Acueducto Regional Indígena, defensor de derechos humanos y líder social del corregimiento El Paqui, de Sampués. Luis llevaba trabajando más de 15 años por la comunidad, primero desde su casa y luego en el Acueducto. La comunidad lo recuerda como una persona caritativa y carismática que no habría recibido ningún tipo de amenazas. Allí uno se pregunta, como alguna vez lo hizo José Saramago: ¿Qué clase de mundo es este, que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano? Ojalá este crimen no quede en el olvido y la impunidad. Ojalá, Sampués, los Montes de María, la depresión momposina, la región de La Mojana, el golfo de Morrosquillo, la región Caribe, el Macondo profundo, tengan una segunda oportunidad sobre la tierra para construir, entre todos, un nuevo relato poético de nación, así nos duela y avergüence, en el que nunca más vuelvan a ocurrir estos hechos de violencia.