Al mencionar una reforma estructural a la educación básica y media, es común escuchar la propuesta de formar individuos pensantes, sensibles y capaces de interpretar su realidad, con disposición de aportar a su entorno social.
Una idea que concibió de manera premonitoria don Simón Rodríguez, desde que el Libertador Simón Bolívar le delegó la construcción de la educación en la Gran Colombia, pero que fue abolida por el derrumbamiento de este proyecto, entre otros cosas (aseguran historiadores de izquierda) a la naciente burguesía criolla no les interesaba instruir y formar intelectualmente a un pueblo, que después se les vendría en contra para reinvindicar sus derechos.
Lo interesante es que ni la educación conceptual ni la educación íntegra tienen en cuenta la formación mental y emocial de los educandos, con el convencimiento erróneo de que eso nada tiene que ver con la academia o que el tema le corresponde al entorno familiar.
A este columnista le asiste la convicción que la formación mental y emocional escolar debe ocupar la mitad del programa académico de educación básica y media, porque la base fundamental de una buena educación reside en formar buenos seres humanos, con herramientas para enfrentar los altibajos de la vida, para aprender a perdonar y a servir sin retribución alguna, a cultivar principios y valores, que se reflejen en una actitud recta y honesta —que le serviría a los futuros políticos— pero ante todo para vivir en paz consigo mismo y los demás.
Un puñados de jóvenes, cientos, miles, están en una universidad y su desempeño es brillante, están llamados a ser los grandes cerebros del País y el resto del mundo, pero paradójicamente tiene su vida hecha pedazos, la ausencia de una formación mental y emocional los hace totalmente vulnerables —con problemas,conflictos, resentimientos— en donde les depara un futuro incierto y trágico.
Es inútil pensar en una sólida educación conceptual o integral, si no contempla ante todo la formación mental y emocional del individuo, porque en últimas se trata de encontrar sentido a nuestras vidas, libre de ataduras y prejuicios, concibiendo la existencia como un escenario único para ser feliz, porque de nada sirve la acumulación de conocimiento, el dominio de un arte u oficio específico, si a la hora de la verdad nuestra vida está minada de futileza e infelicidad.
Lo confieso: En los tiempos de estudante, cuánto me faltó esa educación en salud mental y emocional, que sin duda hubiese contribuido en mi desarrollo personal y profesional, y que posteriormente conocería a través de otras instancias de desarrollo espiritual, y que ahora son el sostén de una vida plena y feliz.
Coeltilla: El martes de pascua, la Plenaria de la Cámara discute en segundo debate, un proyecto de ley que promueve el tratamiento a trastornos y conductas de la salud mental en el escenario escolar —base de una política pública— con autoría del senador Juan Luis Castro y ponente el representante Jairo Cristancho, con una propuesta adicional del representante José Vicente Carreño, para que no sea solo la "salud mental" sino la "salud emocional" del individuo, en el entendido en que lo mental reside en cómo organizamos nuestra vida diaria, y lo emocional en cómo reaccionamos antes las circunstancias comunes y a la vez impredecibles — sentimientos, emociones— de nuestras vidas.
Un paso importante para entender que la educación tiene como fin último la realización y plenitud del individuo.