Desde que la natación y la piscina aparecieron en la vida de Andrés Camilo y Luisa Fernanda Molina, dos hermanitos de 13 y 9 años, el significado de ir al colegio se transformó. Soñar, eso que parece tan efímero, se convirtió en una palabra y un hecho cotidiano.
Su colegio está ubicado en el barrio Potreritos, uno de los rincones más lejanos de la localidad de Bosa que, como bromean los locales, queda “donde llega el viento y se devuelve”. Es el Kimi Pernía Domicó, una de las 103 instituciones oficiales de Bogotá, donde la Jornada Completa ya es una realidad.
En esta parte de la ribera del río Bogotá, tristemente célebre por la inseguridad y por las inundaciones en época de lluvias, las alternativas de recreación para los niños son escazas. Los parques públicos son peligrosos y las bibliotecas lejanas, por eso las opciones para los menores de la localidad se reducen al local de ‘Xbox’ de la esquina y a jugar en la calle.
El intenso frío de la mañana, el polvo que se desprende de las calles destapadas no es molestia para estos dos estudiantes que no pueden ocultar la emoción porque hoy tienen su clase favorita: natación, que más que una asignatura es una valiosa oportunidad para que los niños de la localidad disfruten de una piscina y de unas instalaciones deportivas con ‘todas las de la ley’.
Andrés Camilo siempre ha sido un amante del deporte, pero el hecho de estar en silla de ruedas le impedía participar de las clases habituales de educación física y lo condenaba a tener que buscar resguardarse en la sombra mientras sus amiguitos jugaban bajo el sol. Hoy todo es diferente para este amante del deporte, quien descubrió que para soñar no hay límites.