Es difícil describir un camino a un miope. Porque no se le puede decir: Mira la torre de esa iglesia a diez leguas de nosotros y sigue esa dirección
Wittgenstein
Estamos inmersos en una versión más de la patria boba. La miopía y la parroquialidad, de nuevo, son un tiro en el propio pie que nos impide la reconciliación, respetarnos en las diferencias y, a partir de ahí, lanzarnos como país a sobrevivir en un mundo que está cambiando, a pasos de gigante, la forma en que se crea riqueza.
Mientras unos intentan, por todos los medios, dar al traste con el acuerdo de paz, y otros sacarlo adelante, nos vamos quedando más rezagados de lo que estamos ya, de cara a los cambios vertiginosos que, por ejemplo, en materia de tecnología, empleo, cambio climático, globalización, están ocurriendo en el planeta.
Y, por si fuera poco, cultivamos la indiferencia y la banalidad frente a los asesinatos, a diario, de líderes sociales, enraizados en las regiones, y de personas desmovilizadas que le apostaron a creer lo que el estado colombiano les había prometido, comenzando por la protección a sus vidas.
La ‘patria boba’, expresión acuñada por Nariño para referirse al período 1810-1816, pleno de rencillas, divisiones entre centralistas y federalistas, enfrentamientos armados entre los bandos y un frágil aparato estatal, no hizo sino debilitar el movimiento de independencia. A tal punto, que España, agobiada por el dominio napoleónico, ya libre del mismo, disminuida, lanzó la tal pacificación con Morillo y Sámano, con la brutal represión que conocemos.
En la patria boba solo se les habla con algún respeto a los que se considera amigos, así los supuestos enemigos pudieran ser aliados para causas más grandes, por ejemplo, para pensar en cómo preparar a los niños de hoy para que sean ciudadanos respetuosos y productivos en el 2030.
Estamos reeditando la patria boba. Solo que ahora el cuento no es el de los centralistas contra los federalistas y la independencia frente a un imperio a comienzos del siglo XIX. Ahora, tirarse la paz a cualquier precio no tiene consecuencia distinta que convertir a Colombia, como en los 80, en nación paria. Ese país donde se les llama comunistas y castrochavistas a quienes consideran que hay que respetar los acuerdos de paz, la jurisdicción especial para la paz, la comisión de la verdad, las cortes y en el que amenazan y matan gente a diario por eso.
Las perlas de la patria boba se dan a granel, todos los días.
El embajador ante la OEA que proclama que los migrantes venezolanos son agentes de Maduro para expandir el socialismo. Y las respectivas reacciones oficiales, unas pidiendo rectificación y otra impartiendo absolución.
La respuesta escrita de dos ministros, en inglés, por el famoso artículo, al editor del New York Times, con los epítetos correspondientes; parroquialismo resaltado por la sobria respuesta, en español, de parte del diario. Ah, y la visita del gobierno, con canciller a bordo, es decir, agotando todas las instancias, para una reunión de “carácter académico”, al consejo editorial del NYT. Y, desde luego, incomprensible en la lógica de la ira oficial, aunque produjera algún alivio, el retiro de la directiva de marras, relacionada con los indicadores de desempeño operacional, preludio posible de los mal llamados falsos positivos.
El asunto Santrich, que en un sistema democrático se resuelve con un proceso en la jurisdicción correspondiente; si es culpable o no, que sea la justicia la que lo determine. Sin embargo, presidente y vice ya dictaminaron. Hablan para un sector de la parroquia. Deben sentirse Trump cuando arma dos guerras comerciales, contra China y México, para alebrestar a su base de “cuellos rojos”, pese a que con los aranceles prometidos se encarecerán eslabones clave de las cadenas de suministro y que el paganini será el mismo consumidor gringo.
Parroquia es, por supuesto, el cuento de las matemáticas de primer grado. La Corte, valiente, se pronunció como era obvio. Solo que lo único que tuvo que hacer fue verificar que 92 dividido en dos da 46 y que 46 es una magnitud menor que 47.
Miopía tienen algunos empresarios que no comprenden que la confianza inversionista florece y se multiplica en un país en paz.
Y, también, resulta parroquial que centro derecha, centro y centro izquierda no contribuyan a la construcción de una narrativa de futuro, cayendo cautivas del juego de la agresión, carente de visión. No basta con proclamar que se está de acuerdo con la paz y que fulanos son amigos de la guerra.
En el mundo global, caracterizado por cambios radicales en los modelos de negocios y los pedagógicos, sustentados en disruptivas innovaciones tecnológicas, en la globalización múltiple (léase Netflix, Uber, Facebook, migraciones, diversidad étnica, racial, religiosa), el cambio climático, que va en serio, cuando están cambiando las formas de crear valor, ¿qué hacemos hoy para construir un país que permita a los niños de hoy vivir y trabajar dignamente, de manera productiva, dentro de una y dos generaciones?
Sin narrativa de futuro estamos en la más boba de las patrias, condenados a la miopía.