Por muchos años hubo territorios vedados en Colombia. Lugares que era mejor no visitar porque se corría el riesgo de que lo dejaran a uno viviendo allí una larga temporada en calidad de secuestrado. Y así se hubiera vendido la idea de que durante el gobierno de la Seguridad Democrática se habían recuperado la circulación por todo el territorio nacional, la verdad es que esto se limitó a ciertos corredores viales principales, pero el resto seguía en manos de la insurgencia.
Por ejemplo, la zona del Catatumbo estaba y todavía está vetada para el turismo, igual sucede con ciertos territorios del Putumayo o los alrededores de Tumaco. Ni qué decir del Chocó o de Arauca. Sin embargo, en estos últimos meses muchos de estos lugares ya están recuperando su tranquilidad y pueden ser visitados.
Es lo que sucede con un lugar hermoso y desperdiciado, como es la laguna de Salvajina en el norte del Cauca. Allí hace más de cuatro décadas se construyó una represa para detener las aguas del río Cauca, antes de su ingreso al Valle. Es decir, son aguas bastante más limpias que las que salen al otro extremo en la Virginia al norte del Valle. Y con un caudal muy importante, que produce energía para un territorio extenso.
Con el cese bilateral que se había decretado antes de la firma del acuerdo de la Habana, decidí visitar la región. Es importante recordar que cerca de la zona de la represa fue el lugar dónde cayó Alfonso Cano, el líder máximo de las Farc. De manera que estas montañas han sido paso obligado de la subversión, así como de bandas criminales en su trasegar al Pacífico.
Para ir a Salvajina se pasa por Suárez, un poblado bulloso y desordenado hasta donde llega la carretera pavimentada. De ahí en adelante el camino es casi una trocha empinada, descuidada, sin pavimento y estrecha, que lo lleva a uno hasta la presa, donde hay cierto nivel de vigilancia y control. Pero de ahí en adelante parece tierra de nadie.
El paisaje es asombroso, con aguas limpias de un color verde claro que invitan a disfrutarlas. Es fácil imaginar este territorio como un sitio de ecoturismo, de recreación y deportes náuticos, de pequeños hostales y buenos restaurantes. Mejor dicho, un lugar que podría producirle a sus habitantes muchos ingresos si se vincularan con el resto del país.
En lugar de eso, a lo largo de esa carretera destartalada lo que se encuentra son minas de oro en socavones construidos con técnica rudimentarias y que vacían sus aguar residuales a la laguna, aguas que seguramente están contaminadas de mercurio para la extracción del mineral.
Pude constatar con tristeza que la laguna de Salvajina es una oportunidad desperdiciada en medio del abandono estatal, de las bandas criminales y de la minería ilegal.
Claro, esto podría cambiar con la paz, si el gobierno y las Farc la escogieran no solo como zona veredal de concentración, sino como un territorio para el desarrollo integral en el que se trabajara con sus habitantes la construcción de alternativas productivas a la minería. Un sitio tan hermoso con una naturaleza privilegiada podría convertirse en un gran polo de atracción turística y de paso un lugar donde el agua, que se beberá más delante, de Jamundí para arriba, estuviera libre de la maldición del mercurio.
No se debería desperdiciar otra vez la gran oportunidad que significa tener un embalse en una región como esta llena de belleza natural. Antes de la paz, la disculpa para no haber hecho nada por la región era la guerra. Pero ahora que la guerra está terminando, se nos acaban las disculpas. Ojalá la gobernación del Cauca, el gobierno nacional y sobre todo las Farc, que se van a concentrar por esos lados, se tomen el trabajo de mirar la Salvajina con otros ojos, con una mirada de desarrollo integral y así se recupere esta región para una “paz estable y duradera”.
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