Penalización del aborto, un difícil debate

Penalización del aborto, un difícil debate

"No podemos ser tan hipócritas de enviar a la cárcel a las mujeres exigiéndoles una mayor generosidad de la que muchos hemos tenido en nuestras vidas"

Por: Andrés Molina Ochoa
septiembre 29, 2020
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Penalización del aborto, un difícil debate
Foto: Pixabay

Nací en una amorosa familia católica y estudié la mayor parte de mi vida en instituciones de la misma religión. No se sorprenderán, entonces, si les digo que crecí creyendo que abortar era un acto terrible, un pecado tenebroso, un crimen que debía ser castigado con las más severas penas. Al fin y al cabo, qué era el aborto sino el homicidio de un bebé. ¿Cómo no podían darse cuenta los defensores de la inmoralidad de tan condenable acto? ¿No habían visto las películas que muestran a los fetos descuartizados y aquellas que nos dicen que con las partecitas del bebé hacen cosméticos y productos de belleza? Yo, que entonces deseaba estudiar derecho, pensaba que como profesional debería luchar para conservar la prohibición del aborto, porque al menos en ese tema estábamos mejor que en los Estados Unidos.

Mi opinión comenzó a cambiar cuando conocí a mujeres que abortaron. Algunas eran mis amigas, otras no lo eran, pero en ningún caso pensé que deseaba la cárcel para ellas. A pesar de lo contradictorio, entonces creía que las culpables del terrible delito del aborto deberían pagar por su crimen, salvo que yo las conociera, entonces no merecían condena alguna.

Una tarde, después de regresar caminando de la universidad donde enseñaba, descubrí que no podía tolerar más la contradicción en la que me hallaba y decidí modificar mi postura. Ahora pensaba que el aborto era un crimen atroz, pero que merecía una pena simbólica, tal vez un tipo de amnistía similar al de aquellos que se acogían a algún proceso de paz.

Cuando realicé mi doctorado, tuve la ocasión de leer el famoso artículo Una defensa del aborto, escrito por Judith Jarvis Thompson. En él, la filósofa nos pide que imaginemos que despertamos un día en un hospital, con nuestro riñón conectado al de un famoso violinista que morirá si en nueve meses lo separamos. ¿Tenemos derecho a desconectarlo? Thompson dice que sí. Afirma que tenemos derecho a retirar al músico de nuestro cuerpo, mas no a asesinarlo. Para la filósofa, al igual que en el caso del violinista, las mujeres tienen derecho a retirar a sus fetos y, por tanto, a interrumpir el embarazo.

También leí entonces varios de los muchos artículos que critican y analizan el original trabajo de Thomson. Sería imposible defender a esta filósofa en una columna de opinión, así como comentar los muchos vacíos y aciertos de su obra. En este escrito solo quisiera decir que ella puso otra gota en mi copa de dudas.

Siguiendo con la analogía, la gota que derramó la copa fue un artículo de Singer en el que contradice a Thompson, al afirmar que tenemos la obligación moral de mantener conectado a nuestro cuerpo al violinista. Si somos utilitaristas de acto, como lo es Singer, tenemos la obligación de producir los mejores resultados con nuestras acciones. Salvarle la vida al violinista parece ser, a todas luces, el mejor resultado. También es cierto, sin embargo, como sugiere el mismo filósofo comentando la hambruna de 1971 en Bengala Oriental, que el dinero que gastamos para comprar celulares, para ir a un buen restaurante y para muchos otros gastos suntuarios, podría utilizarse para salvar muchas vidas. Si el cálculo utilitarista es el baremo para juzgar nuestras vidas, quizás usted y yo seamos mucho más culpables que aquel que desconecta al violinista o la mujer que ha puesto fin a un embarazo.

Hace unos días, compré un afiche con un cuadro de Escher para mi oficina. Estaba a un muy buen precio, pero seguro que, si hubiera donado lo que me gasté en él para construir toldos que eviten la propagación del paludismo, o para repartir vacunas, o para alimentar a las familias más pobres, habría podido incluso salvar una vida. Amo mi cuadro, Escher es uno de mis pintores favoritos y llevaba un buen tiempo buscando una buena y barata copia. Desprenderme de él, me costaría algo, sin duda, pero nada comparado con el sufrimiento que se le impone a una mujer que no desea ser madre. Si vidas se pierden por mi falta de generosidad, a mí no me sucederá nada, pero a las mujeres so pena de ir a prisión, les imponen la obligación de ser generosas con sus cuerpos y sus vidas.

Me dirán que las mujeres son culpables de la vida que traerán al mundo y que no lo somos de las vidas de los millones de niños que se mueren en las calles, pero tener sexo será un pecado, mas no un crimen, y es difícil entender por qué el acto sexual impone cargas tan pesadas a una persona, y en particular a las mujeres, cuando acciones como destruir el ambiente, votar por políticos corruptos, no dar lo mejor de sí en nuestras vidas producen consecuencias peores. Si una mujer debe ser madre por tener una relación sexual, qué sanción debería imponérsenos por consumir productos de compañías que patrocinaron a grupos paramilitares, o empresas que torturan a animales, que manufacturan mediante explotación infantil o a negocios que destruyen el ambiente. Si fuéramos equitativos, ¿no deberíamos obligar a quienes compran diamantes a empresas que esclavizan niños en África a adoptar a infantes como castigo? ¿A quiénes tomamos Coca-Cola a pagar los salarios de los hijos de quienes fueron asesinados por paramilitares contratados por esta compañía? Si usted piensa que esos castigos son desproporcionados, debería creer que es desproporcionado obligar a una mujer sólo por tener sexo.

Decía al inicio de este escrito que mi opinión sobre el aborto comenzó a cambiar cuando empecé a conocer a mujeres que habían puesto fin a sus embarazos. También debo conceder que muchas de las personas que se oponen al derecho de las mujeres a interrumpir voluntariamente su embarazo lo hacen por razones altruistas y por razones que comparto. Yo también creo que una sociedad no debería permitirle a una persona juzgar quién debe vivir y quién no.

El problema es que todos lo hacemos todo el tiempo con nuestras decisiones. A no ser que seamos capaces de crear un mundo más justo, uno en el que los niños no mueran de hambre ni de enfermedades curables, uno en donde las mujeres que si quieren ser madres tengan buenas condiciones para la crianza y donde sean ellas las que puedan decidir, uno en el que mi decisión de comprarme un afiche no vaya acompañada del remordimiento por dejar de salvar vidas, no podemos ser tan hipócritas de enviar a la cárcel a las mujeres exigiéndoles una mayor generosidad de la que muchos hemos tenido en nuestras vidas.

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