Una oda a la champeta

Una oda a la champeta

"La champeta se define como la música de los marginados, de los que para regresar tranquilos de sus bailes debían llevar su machetilla para defenderse"

Por: ROBERTO CARLO NÚÑEZ PÉREZ
marzo 09, 2017
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Una oda a la champeta
Titulo: Archivo colombiainn.com

Recuerdo que cuando en la década de los 80 llegaba a mi pueblo,  San Antero (Córdoba), había en la Calle Arriba una discoteca  a la que iban los que se consideraban “blancos”” y un viejo teatro al que asistían los “negros” a bailar un ritmo hasta entonces desconocido por los grandes medios: La champeta. Si uno se adentraba allí respiraba el olor de los cuerpos apretados sexo contra sexo y quedaba embrujado por una música que ignoraban para entonces las emisoras.

La champeta, nombre originado de la palabra que designaba al desgastado machete que salía del campo para terminar en las cocinas, nació en las barriadas más pobres de la Cartagena ignorada, la Cartagena de los afrodescendientes  a quienes algunos sólo quieren  exponer como adorno exótico para los turistas. Además de La Heroica, San Basilio de Palenque cumplió un papel fundamental en el surgimiento del ritmo, gracias al Festival de Tambores y Expresiones Culturales del Palenque de San Basilio, evento que se lleva a cabo desde 1985 y que abrió un espacio para el reconocimiento de intérpretes del nuevo ritmo.

La champeta se define como la música de los marginados, de los que para poder regresar tranquilos de sus bailes debían llevar su  machetilla para defenderse de los maleantes. Constituye el baile apasionado, la música desbordada del pentagrama, arrítmica y “despelucada”, el verso tosco y brillante, el amor y el deseo, la violencia y la nostalgia.

En un principio sólo los “picós”,  aparatos monstruosos que en lugar de escupir fuego botan música a todo timbal,  eran el único instrumento para escuchar los nuevos sonidos. La champeta rompe con lo que las élites tanto sociales como académicas consideran las tradiciones folclóricas de la región;  recoge la herencia africana, pero no es el producto de una transformación que venga en línea, es música que viene de África, de las Antillas, pero también que va y regresa y se enriquece con el bullerenque y el mapalé., entre otros sonidos tradicionales.

En la década de los 90 esta música irrumpe  fuertemente por fuera de sus fronteras. En ello es clave el grupo Anne Swing creado por Viviano Torres a mediados de los 80.  Para entonces, a la champeta se llamó fugazmente “terapia”, lo que sonó mejor para algunos y facilitó que se acercaran a un ritmo que muchas veces era y sigue siendo asociado con la violencia y el sexo.

A finales de los 90. y comienzos del 2000 , cuando sonaban éxitos como El Pato (Álvaro El Bárbaro),  Busco alguien que me quiera (El Afinaíto), La Suegra Voladora  (El Sayayín) o Pa´Mayté  (Carlos Vives), la champeta se ve enfrentada a quien le ha competido desde siempre: el reggaetón, ritmo que para los niños bien se puede cantar y bailar sin remordimiento de clase.

La historia de la Champeta no se puede contar sin “El Rey de Rocha”,  el potente picó de Ángela Arias Puerta y  sus 7 hijos, oriundos de Rocha, corregimiento de Arjona,  cerca de Cartagena. El potente aparato es administrado por Noraldo Iriarte Arias, más conocido como el Chawala y  quien ha sido fundamental en el reconocimiento de muchos artistas del ritmo,  entre ellos  Charles King,  el Afinaíto, Sayayín y Mr Black.

Una vez más Anne Swing juega un papel determinante en un nuevo despegue de la champeta con La vuelta, aparecida en 2005. Ya para entonces las emisoras y disqueras se habían dado cuenta del furor que se agitaba en las barriadas populares por el ritmo y comienzan a programarlo de manera regular; de igual forma se multiplican los artistas y canciones grabados.

Hoy, la champeta se presenta fuerte en el ámbito musical nacional.  Ojalá que en el coqueteo de las grandes disqueras y productoras, de los grandes medios de comunicación (hasta una novela le hicieron, Bazurto) no pierda su esencia como ocurrió  en gran medida con el vallenato. No se trata de que no cambie, de que no se transforme, pero que lo haga desde su propia rebeldía y no de lo que le dicten los que sólo piensan en  sus propios intereses económicos.

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