Hoy por hoy no creo que exista en Colombia una fraternidad católica con tanta acogida como Emaús. El interés que ha despertado ha sido considerable. Quienes ya han tenido la oportunidad de pasar por esta experiencia constituyen un número bastante alto, y las versiones acerca de lo que sienten rayan incluso en la inverosimilitud, dejando a sus interlocutores con el interés pleno de vivir lo mismo que aquellos experimentaron.
Los testimonios de quienes durante todo un fin de semana se enclaustran para tener la mejor de las vivencias es muy diciente. Algunos hablan de una transformación tremenda; otros se refieren al tema como “algo inexplicable”; muchos dicen que “Dios les habló”; y otros, más convencidos aún, manifiestan que “por fin han encontrado el sentido de sus vidas”. Estas frases y otras más junto con el hecho de reconocer que religiosamente Emaús es la oferta de moda en el mundo católico criollo, han posicionado de tal forma el movimiento que estar fuera de él, es no estar a la orden del día espiritualmente hablando, especialmente para ciertos círculos sociales. De ahí que la intención de muchos y muchas por hacer parte de esta alternativa crece día tras días, convirtiéndose los nuevos caminantes en la mejor forma de convencer a otros para que, “cuanto antes y si es voluntad divina”, puedan hacer el anhelado retiro.
Ha sido tal la respuesta que ha tenido Emaús que incluso sacerdotes y otros consagrados ya son caminantes. Este no es un dato irrelevante sobre todo si tenemos en cuenta que ha sido en el interior de la misma Iglesia Católica desde donde Emaús ha recibido fuertes críticas de parte de ministros que continúan viendo con mucha desconfianza esta alternativa espiritual. Lo cierto es que a favor o en contra, criticada o no, aceptada o rechazada cada mes el grupo de personas dispuesta a “dejarse tocar por el Espíritu Santo” aumenta más y más en las ciudades donde la fraternidad ya es conocida y ampliamente posicionada entre médicos, abogados, arquitectos, empresarios, políticos, comerciantes, etc. Sin embargo, ¿por qué al mismo tiempo encontramos personas y grupos que después de un tiempo reniegan del movimiento, dejan de pertenecer a él y se convierten incluso en sus principales difamadores?
Para muchos la pregunta se resuelve a la luz “del síndrome Judas”, es decir si Jesús mismo sabiendo que uno de sus discípulos lo traicionaría ¿por qué lo eligió? Como conclusión entonces, en todo movimiento cristiano siempre habrá esos personajes que “bebiendo de la misma copa del maestro”, están dispuestos a darles la espalda. Para otros, esos que hacen el retiro y después de un tiempo terminan saliéndose no son más que “realidades humanas tibias”, incapaces de continuar el camino y “testimoniar con la propia vida al Cristo Resucitado”. Otros afirman que esos que no vuelven más, hicieron el retiro sin el pleno convencimiento de lo que hacían, y aunque pudieron tener una valida experiencia divina durante los días de “encierro espiritual”, no estuvieron dispuestos del todo para dejarse transformar. Hay otro grupo de caminantes que se refiere a que ciertas personas hacen el retiro por moda, porque un amigo o amiga se lo sugirió, o peor aún, porque ya en su núcleo familiar él o ella es quien falta por hacerlo; de esa manera es muy difícil que una persona realmente pueda vivir a plenitud la experiencia. Existen otras versiones como por ejemplo, reconocer que él o ella están haciendo el retiro porque su esposo o esposa se lo ha pedido, y en este sentido ser caminante responde más a un asunto de voluntad ajena con fines sociales. Y qué decir de aquellos, que según los mismos caminantes, hacen el retiro por probar cómo les va; si les gusta, pues se quedan y si no, una experiencia más en la vida. Y como si se tratara de la “cereza en el pastel”, algunos admiten que fueron por complacer a su madre o a la novia, pero que desde el inicio sabían que era una pérdida de tiempo. Entre todos estos testimonios que son de los mismos caminantes, faltaría mencionar uno que llama tremendamente la atención: aquel que no volvió más a las reuniones porque sencillamente no podía seguir conservando el mismo status que sus compañeros, mucho menos podía sostener el ritmo social que le exigía pertenecer a la comunidad. Triste testimonio, pero real.
Las anteriores consideraciones no pretenden ser una crítica sin sentido o sobre la base del desconocimiento de lo que es Emaús propiamente; por el contrario, la intención pasa por poner en evidencia situaciones propias de éste y otros movimientos que muchas veces son asumidos de forma errónea por quienes desean practicar sus principios. Si bien es cierto que todo pasa por las opciones personales, hay mucha gente muy comprometida con esta opción en particular y cree a su vez que ésta y solo ésta es la oportunidad que Dios les ha dado para rehacer su vida, para iniciar de nuevo, para encontrar el camino o simplemente para aumentar su fe.
En todos los movimientos religiosos (Emaús no es la excepción) se dan las dos caras de la moneda; personas muy comprometidas por un lado; pero por otro, seres humanos que, por las circunstancias que sean, llegan allí sin tener ningún tipo de consideración distinta a la de sus intereses personales. Quizás la respuesta más certera en todo esto sea admitir con el escritor sagrado que “en la viña del señor hay de todo”, y que solo se puede ser caminante de verdad “caminando para que al final se pueda reconocer el verdadero sentido de la experiencia”.
