Se reconoce en la agenda del gobierno nacional el esfuerzo por sacar adelante compromisos de reforma en aspectos claves, especialmente la tributaria, la agraria, la política, la electoral; también es de celebrar la intención de posicionar la búsqueda de la igualdad en una sociedad tan desigual; no importa que se cuestione el hecho de que se persiga con la fórmula de la creación de un ministerio; sin duda, la apuesta va mucho más allá de la generación de burocracia y con paciencia el Ministerio de la Igualdad puede ayudar a superar las políticas sociales asistencialistas que maquillan la desigualdad estructural y nos reproducen cíclicamente la miseria.
Es saludable la redefinición de las relaciones internacionales en función de la construcción de la paz que, por ejemplo, en pocas semanas va generando un entorno de menos presión de la migración venezolana y restablece los intercambios comerciales con el país vecino, indican la posibilidad de relacionamientos más progresistas y prósperos con el resto del mundo. Los gestos iniciales de negociación de un proceso o varios procesos internos que nos conduzcan a la paz total - así se cuestione el carácter idealizado y la imprecisión de esta forma de enunciarlo -, es por lo menos indicio de que podremos con persistencia, superar las décadas de enfrentamientos fratricidas, masacres, desplazamientos y despojos.
Especial reconocimiento al esfuerzo de concertar un camino entre los terratenientes agrarios y el campesinado colombiano para superar la desigualdad del Gini de la tierra y para hacer productivo el campo colombiano, con modelos más democráticos en términos económicos. Ya se sabe que hay críticas de muchos sectores a esta fórmula, porque la consideran improcedente o impracticable; sin embargo, es sin duda un gesto de gran apertura a la reconciliación en la medida en que envía el mensaje de que podemos tratar nuestras inequidades y encontrar fórmulas de acuerdo para convivir y producir, sin expropiar y sin matarnos.
En el asunto de la transición energética, tarea en la que está entrando progresivamente toda la comunidad de países, dada la situación de adaptación al cambio climático con profundas repercusiones en la matriz productiva, el inicio del nuevo gobierno plantea exactamente mudar hacia nuevas prácticas productivas y de consumo energético, lo cual implica implementar inversiones que nos pongan a reestructurar los sectores. Eso genera temor entre quienes han tenido caminando el país en las locomotoras rentistas de la tierra, los monocultivos y el extractivismo; sin embargo, el mundo demanda rectificaciones y así sean polémicas, caminar hacia una nueva economía es clave. No podemos, por ejemplo, esperar a que se dejen de vender carros de gasolina, para mudarnos a la producción de energías limpias.
Si hilamos más despacio, hasta aquí se han saludado los vientos de cambio, ¿dónde entonces amerita señalar la necesidad de rectificaciones políticas en las ejecutorias en curso? Se señalan a continuación dos temas sensibles en la presencia planificadora en las regiones y en la atención a los conflictos urbanos:
Se necesita afinar los mecanismos de participación ciudadana. Foto:Milton César Ochoa
A propósito de los diálogos regionales para la construcción del Plan Nacional de Desarrollo, de los cuales se realizó el ultimo el sábado pasado, 15 de octubre en Cali, se necesita que se afinen los mecanismos de participación real de la ciudadanía. Se está asistiendo más bien a espectáculos mediáticos mal planeados, que generan sinsabor en la manera en la cual se produce la interlocución con la burocracia del gobierno nacional, que luce improvisada, poco contemporánea en sus metodologías y un poco fuera de lugar en sus discursos. Hay que recordar a ministros, asesores y congresistas que ya no estamos en campaña y que no se trata de hacer turismo institucional, como sí de fortalecer y generar una nueva institucionalidad y ciudadanía desde las regiones. El diálogo en Cali estuvo marcado por discursos que indican los vientos de cambio, pero por gestos y hechos que contradicen las palabras enunciadas, lo cual pone alertas para que esas dinámicas no se vuelvan prácticas permanentes, pues se corre el riesgo de caer en el vacio.
Por otro lado, en esos mismos eventos realizados en capitales o en segundas ciudades departamentales en su mayoría, en circunstancias propias de conflictos por la tierra, la vivienda y el acceso a alimentación en los centros urbanos (especialmente casos Cali y Bogotá), se escuchan clamores urgentes de grandes grupos de pobladores que piden ser escuchados y asistidos en su suerte porque están en la calle o en riesgo de ser arrojados a ellas en condiciones de indefensión. Por razones comprensibles del discurso de elección del actual gobierno, se observa un acento mayor en los asuntos vinculados con las comunidades indígenas, afrodescendientes y campesinas del mundo rural; pero se nota una distancia con las comunidades populares de las ciudades; esto es un olvido grave, porque esos sectores populares son especialmente población afro, indígena y campesina que ha peregrinado hacia las ciudades; y en segundo lugar, porque su experiencia de vida en las barriadas está implicando nuevas victimizaciones que se suman a las que traen del campo; la gobernabilidad en las ciudades y las medidas de emergencia no dan espera ante las circunstancias de autismo de los gobiernos locales, se necesita más atención con respuestas concretas.