Dice el Ministerio de Defensa que el objetivo de las fuerzas militares no es otro que “conducir operaciones militares orientadas a defender la soberanía, la independencia y la integridad territorial, proteger a la población civil, los recursos privados y estatales, para contribuir a generar un ambiente de paz, seguridad y desarrollo, que garantice el orden constitucional de la nación”. Sin embargo, en la práctica nos damos cuenta de otra realidad: no se están protegiendo vidas civiles y, por consiguiente, los soldados están siendo victimas de los enemigos del Estado.
No será que el rótulo de “paz total” no es otra cosa que una mentira, porque constitucionalmente no funciona, ni mucho menos tiene asidero mental que lo comprenda, cuando el mismo ejército no puede defenderse en medio de la pasividad que hoy lo somete. Resulta vergonzoso hablar de “cercos humanitarios”, sabiendo que son secuestros perpetuados por grupos ilegales que habitan dentro del campesinado; decir que el fin de las fuerzas militares es proteger la propiedad estatal y privada, viendo todos los desmanes que ocasionan las guerrillas que no creen en ningún tipo de paz. ¿Será que Petro perdió la cordura?
Es que se hace difícil no proteger a la ciudadanía y al campesinado de tanta violencia, siendo evidente el deseo de no conciliar y realmente hacer la paz. En este orden de ideas, hablar de una paz total no está llevado al caos gubernamental, caos que es apoyado por el mismo presidente y que, por ende, demuestra no importarle las vidas de aquellos que piden a gritos seguridad. Todo se trata de mantener el orden publico del país bajo las manos de la verdadera autoridad.
Por eso creo que pensar que se va a vivir en u paraíso terrenal en el que las guerrillas imponen sus propias condiciones de paz, es tocarle la cola al diablo y pensar que por eso este es amigo. No podemos ser tan giles, tan inocentes como para negociar un cese al fuego creyendo en quimeras o en ideas que ningún hombre con sentido común podría plantear. No se puede negociar con el terrorista, pues este no le importa llevarse a quien sea por delante.
Según G. K. Chesterton, “el verdadero soldado no lucha porque odia lo que hay delante de él, sino porque ama qué hay detrás de él”. Y le creo a este ilustre novelista, porque la pelea contra la insurgencia va de la mano del derecho a la seguridad de todos. No es posible que hayamos retrocedido a los años noventa, cuando nuestra preocupación como colombianos era el ataque guerrillero. El presidente Petro no tiene las cosas muy claras en materia de orden público, y se está condenado entre tanto rótulo que se inventa.
La paz total es una farsa, algo que no tiene pies ni cabeza. Es decir, no es más que una falacia que solamente el presidente puede construir con su dialéctica de agenda 2030, en el marco de un proceso de cese al fuego donde el único que cumple es el afectado, sin que el victimario haya decidido aceptar dicho cese al fuego construido desde la inocencia del socialista inmaduro. Así es muy difícil no evitar que se exija mano dura y resultados contundentes, creyendo que bajas que pueda ofrecer el Ejercito serán siempre respaldadas por la legalidad de un Estado que acude a la legitima defensa.