La mayor preocupación que tiene el gobierno en el Catatumbo es no permitir que sus conciudadanos sufran los embates de la guerra entre los dos grupos armados de esa zona, el EPL y el ELN… Si lo sé, suena ridículo pensar que al gobierno le preocupa eso, sabiendo de antemano que nunca le ha importado lo que pase con ese otro rincón de nuestro país, donde la ley es dictaminada por unas bandidos que dicen luchar por el pueblo, pero lo matan de muchas maneras.
Yo, un citadino con un ingreso promedio, una vida tranquila y sin mayores preocupaciones que no dejarme colgar en mi recibo del celular, sería el menos indicado en hablar sobre un tema tan delicado. No obstante, lo hago con la suficiente diplomacia para que no resulte investigado o amenazado y además porque en una de mis múltiples correrías por esos lugares, tratando de incentivar y promover con mis historias y videos el turismo de aventura, he sido respetuoso de las historias de vida de cada uno de los lugareños que me brindan su ayuda o su hospitalidad.
Una de esas tantas historias la traigo a colación por lo que hoy está ocurriendo en esa remota pero no desconocida región del Norte de Santander, donde conocí a Doña Patricia, una mujer de temperamento fuerte, contextura gruesa y calidez humana increíble.
Ella al brindarme un vaso con agua terminó dándome posada porque según sus sabias palabras: "Mijo, usted no es de aquí, nadie lo conoce, va y le pasa algo, mejor siga su camino mañana temprano".
Esa noche tuve una de las conversaciones más conmovedoras que he tenido por la desgarradora situación que conocí. De 5 hijos varones de Doña Patricia, dos murieron por la acción de los violentos (nadie le dijo quién los mató) y por decisión personal, sus demás hijos tomaron las armas para poder vengarlos. El mayo andaba con los elenos, el menor con los del EPL y el “estudiado”, con 4 de primaria, se regaló para el Ejército. Ella, en medio de su resignación, oraba para que nunca se encontraran en el campo de batalla.
Para esa época me sentí tan afortunado de haber nacido donde nací, de haber estudiado, tenido muchas segundas oportunidades, un techo donde llegar y de tener una madre a quien abrazar todos los días y me prometí a mí mismo tratar de ser el mejor padre para mi hija.
Sin embargo, tenemos cosas que no cambian y me siento mediocre porque yo sigo teniendo segundas oportunidades, opciones de crecer social y económicamente y no las aprovecho. Al igual que doña Patricias hay muchas mujeres, quienes tienen a sus hijos en medio de esta guerra absurda que lleva décadas sin ningún horizonte creíble de paz.
Hoy ruego y oro por esas madres que día a día luchan por sacar sus hijos de esa guerra, formándolos con tenacidad y enseñándoles las bondades de la tierra que son más gratificantes que portar un fusil y tener la cobardía u obligación de matar a otro colombiano, o quizás y peor, a su propio hermano.