Por estos días Netflix está presentando The Last Dance, un documental deportivo que recoge todos los éxitos de la dinastía que hizo grandes a los Chicago Bulls, el equipo en el que brilló una leyenda llamada Michael Jordan. Capítulo tras capítulo se descubren cosas que son normales en cualquier deporte, como por ejemplos los egos, la disipación que ofrece la fama, las disputas internas, las ganas de ganar y, por supuesto, las frustraciones que dejan las derrotas. También se asiste a lo que consiguió el jugador, que según mi humilde criterio, ha sido el más relevante de la NBA en los últimos treinta años, y que hizo posible que esta liga se convirtiera en un fenómeno global. Tremenda cronología la que ESPN nos presenta.
Ha quedado en evidencia que Jordan no era solamente un gran jugador, sino que tenía momentos desagradables que podían molestar a sus compañeros, lo que nos hace comprender que no todo lo que pasa internamente en un equipo se logra saber. Presionaba a sus compañeros para que fueran competitivos, ganadores, hasta el punto de agredirlos físicamente, tal como ocurrió con Steve Kerr, el actual entrenador del Golden State Warriors. Todo esto es claro, se lo asimila porque en un deporte en donde hay tantos intereses, pues resulta lógico que los egos y las disputas internas sean el pan de cada día. Pero que ahora algunos jugadores, concretamente los de esta generación, digan que Jordan no podría jugar hoy al nivel que se promueve y que hay estrellas de la NBA que lo superan deja en evidencia que no saben nada de lo que dicen. Así de simple.
Jordan era un jugador decisivo, así lo indican las finales que ganó. En todas ellas fue importante, el hombre que sacaba el as bajo la manga. Era el Pelé o el Maradona que te ganaba el partido, por eso compararlo con Lebron James, el Messi o el Cristiano Ronaldo del baloncesto, resulta una barbaridad con el respeto que se merece este jugador. Los que tuvimos la oportunidad de verlo jugar sabemos que era realmente mágico verlo saltar y corresponderle a su equipo. Hace rato que no se ven finales como las que ganaba los Bulls, un equipo mediocre que se hizo grande gracias al talento de Jordan y un séquito de jugadores que también demostraban que eran realmente grandes.
El último baile propone una reflexión: Jordan no estaba solo, contaba con unos compañeros talentosos. Por eso hay que destacar lo que Pippen y Rodman aportaban para salir campeones, y eso es algo que debemos tener muy en cuenta. Pelé y Maradona nunca hubiesen podido salir campeones sin la ayuda de escuderos de altísimo nivel. Así que este el momento para que se le reconozca a todo un equipo lo que grupalmente demostraba, pero sin dejar de lado la diferencia que Michael Jordan le imprimía al juego, un grande de verdad.