Una leticiana en Nueva York

Una leticiana en Nueva York

Yohana Pantevis cumplió su sueño y viajó a la capital del mundo. Esta es su historia

Por: Yohana Alexandra Pantevis
agosto 01, 2016
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Una leticiana en Nueva York

Durante mi vida nunca pensé que tendría la oportunidad de conocer Nueva York, “la ciudad en donde todos los sueños se cumplen” o por lo menos eso era lo que siempre había visto en todas las películas. Decidí escribir este artículo después de mi viaje y compartir mi experiencia personal con ustedes.

El primer paso antes de viajar era tener la visa, un trámite costoso y engorroso en la ciudad de Bogotá. La expectativa minutos antes del ingreso a la embajada por parte de las personas que estaban conmigo era altísima, todos tenían al parecer una razón más importante que la mía para ir a los Estados Unidos; algunos en busca del sueño americano, la promesa de un mejor trabajo e hijos que querían ver a sus padres inmigrantes después de muchos años. A pesar de contar con la invitación de una reconocida institución Norte Americana no me salvé del cuestionario interminable en la embajada, al final me aprobaron la visa, pero no todos corren con la misma suerte.

Pasaron los días y llego el día del viaje, el temor principal era mi pésimo inglés en donde solo podía recordar las canciones de los Beatles que me enseñó mi profesor de inglés durante el bachillerato en Leticia, en ese momento lo odie por eso. Salí de Leticia rumbo a Bogotá, después de varias horas en el aeropuerto tomé un vuelo directo a la ciudad de Nueva York.

Llegué con una compañera de la universidad a las seis de la mañana, tomamos el subterráneo hacia el hotel, dejamos las maletas y a pesar de no haber dormido esa noche, salimos a caminar por la gran ciudad con nada más que un mapa en la mano. Ese día visitamos el museo del Indio Americano y la estatua de la Libertad, luego simplemente caminamos. Durante los días siguientes alternamos la participación en el congreso con visitar el museo de historia natural, el museo de arte moderno, el Central Park, la quinta avenida, el Times Square y el puente de Brooklyn. La experiencia sin duda es única pero también entiendes que sin dinero no eres nadie en esa ciudad, todos los sueños son posibles siempre y cuando los puedas pagar.

Ver tanta opulencia, edificios inimaginablemente lujosos, almacenes de las principales marcas del mundo que venden vestidos de 8.000 dólares y zapatos de 2.000 dólares; limosinas por doquier en la calle, es un sueño, sientes que estas dentro de una película, en donde no hay nada que no puedas hacer. Al caer la noche se encienden las luces de los anuncios y descubres que en verdad es la ciudad que nunca duerme y la capital del mundo con personas de todos los lugares que puedas imaginar.

Latinos hay en todas las esquinas, junto con africanos y asiáticos, todos ellos con una historia en común, dejaron sus hogares en busca de un sueño que ha sido en la gran mayoría de las veces ajeno. Dado mi pésimo inglés y con el fin de hacer rendir los viáticos comía siempre en los puestos ambulantes y así conocí, cubanos, mexicanos, nicaragüenses y peruanos, todos ellos tenían algo en común, un largo y pronunciado silencio cuando les preguntaba por su familia y su país, ese sentimiento solo puede describirlo como saudade.

El penúltimo día salí a caminar sola por el Times Square, hay cientos de personas en la calle, el ruido de los carros y los anuncios es abrumador, así que decidí prender mi celular ponerme los audífonos y escuchar música mientras caminaba, despidiéndome así de Nueva York. Después de un rato sonó la canción La tierra del olvido de Carlos Vives y sentí un golpe en el pecho, tuve un momento de meditación, me senté frente a las pantallas gigantes que había a mi alrededor y pensé en todas las horas de trabajo y estudio que había invertido en mi vida para poder tener en apariencia una carrera profesional exitosa.

No puedo decir que me arrepiento de haberlo hecho, pero sin duda, hay cosas que desearía cambiar, pensé sobre lo que había sido mi vida hasta ese entonces, en las metas alcanzadas y en el costo que tuve que pagar por ello, en una ciudad como Nueva York estas rodeado de cientos de personas, pero al finalizar el día estas sola. Pensé en las horas de compañía con alguien que amé que perdí, las horas de conversaciones con amigos que perdí o simplemente las horas de sueño que perdí. Concluyendo que lo que tenía frente a mí, en ese momento no tenía ningún valor, es una experiencia vacía que la cambiaria sin pensar por una tarde en la Comara o estar a la orilla del río Caquetá en la Pedrera, o en el río Negro en San Felipe (Guainía).

Recordé así las palabras del poeta Mario Benedetti “una de las cosas más agradables de la vida: ver como se filtra el sol entre las hojas”, algo que no puedes hacer en Nueva York.

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