La juventud, entendida como una franja etaria que está condicionada por las relaciones sociales construidas históricamente, debe concebirse como una etapa de la vida que está determinada por las condiciones sociales y económicas de cada época. Pues a pesar de que la cultura del consumo y algunos intelectuales serviles al capital tienden a fetichizar y desdibujar las contradicciones que atraviesa la juventud, se debe partir de que no es un grupo homogéneo, pues la condición de clase diferencia la manera en que se vive esta y todas las etapas de la vida.
Desde antes del estallido social que está viviendo el país, diversos sectores reconocieron el precario estado en el que se encontraba la juventud y su empeoramiento a causa de la pandemia, pero fuimos pocos los que advertimos sobre la crisis a la que asiste y la agudización de las condiciones de vida que vive la juventud de la clase trabajadora y las clases populares. La consigna #JuventudEnCrisis ha demostrado que el sujeto social protagonista de este histórico Paro Nacional es la juventud precarizada y sin futuro, pero tristemente, también es la principal víctima de la violencia y terrorismo estatal que ha manchado estas jornadas de movilización.
Con un saldo de 78 homicidios, 1522 heridos, 3086 detenidos, 106 mujeres víctimas de violencia sexual y 79 lesiones oculares, desde el 28 de abril el gobierno en cabeza de Iván Duque le ha declarado la guerra a un pueblo cansado de este régimen, de este sistema que perpetua la miseria para las mayorías y la riqueza y el lujo para unos pocos. Y siendo más específicos, la juventud indignada que ha salido a manifestarse desde diversas expresiones estos 50 días (actualizar cuando se vaya a publicar) de Paro Nacional, ha sido declarada como objetivo principal de las fuerzas oscuras en complicidad con las fuerzas policiales, reproduciendo la doctrina del enemigo interno y de tratamiento de guerra al descontento popular.
Y precisamente las causas de que sean los jóvenes de las clases explotadas y marginadas los que están en las calles organizándose en torno a Asambleas populares o Primeras líneas, deben buscarse no en orientaciones de caudillos charlatanes, ni tampoco en “conspiraciones internacionales” que buscan desestabilizar el gobierno. Las causas deben buscarse precisamente en cuestiones estructurales del capitalismo dependiente colombiano que por años ha condenado a la juventud a ser mano de obra barata para el gran capital, destinándola a un estilo de vida que no le garantiza ni acceso a educación de calidad para capacitarse, ni soluciones concretas para que los jóvenes puedan aportar a la sociedad. Los jóvenes en nuestro país -personas entre 14 y 28 años- representan un poco más de 12.7 millones, de los cuales solamente 2.396.250 logran acceder a la educación superior, el 23,9% está desempleado, más de 10 millones no cotizan pensión y donde el 27,7% (3,3 millones) no estudia ni trabaja. Por lo cual no es casualidad que sean los jóvenes en su mayoría quienes se movilizan por la crisis que viven, en otras palabras, porque esta sociedad los ha condenado a no tener oportunidades y a vivir en la precariedad constante. Sumado a esto, quienes llevan la peor parte de esta crisis son las mujeres, ya que son las que más carecen de oportunidades de empleo y donde en muchos casos sus labores no son remuneradas, pues mientras en el grupo de “ninis” los jóvenes hombres representan el 17,4%, las mujeres jóvenes representan el 38,1%.
La condición generacional juega un factor importante para sostener esto, las contradicciones del capital se manifiestan de manera diferente en la medida que se desarrollan, o en nuestro caso, involucionan las fuerzas productivas. Nuestra generación está sufriendo las vivas consecuencias de años de desindustrialización, despojo, privatización y saqueo de nuestros recursos por parte de multinacionales y del capital extranjero, dejando ganancias y riqueza para el capital por un lado, y por el otro pobreza y miseria para la gente, es decir, a costa de convertir en negocio lo que años atrás se consideraban como derechos.
En síntesis, los jóvenes pobres en Colombia no tienen futuro ni garantías para vivir dignamente, los que logran terminar su bachiller no tienen asegurado un cupo en la educación superior ni un trabajo estable y bien remunerado, sus salidas se resumen en: prestar servicio y ser carne de cañón para la guerra; nadar en el inmenso y arrasador mar del desempleo, obligándolos a rebuscársela en la informalidad; en el peor de los casos caer en la criminalidad; o también una “alternativa” que ahora vende esta sociedad como la mejor para las mujeres jóvenes es trabajar como webcam. Ahora bien, los pocos que logran acceder a la universidad o institutos técnicos y tecnológicos, deben superar el reto de lograr terminar sus títulos, pues en Colombia la tasa de deserción en la educación superior se ubica en el 42%, lo que quiere decir que casi la mitad de jóvenes que entran a estudiar se ven obligados a desertar de sus estudios principalmente por sus condiciones económicas. A esto se le debe sumar que aquellos que superan el desafío de graduarse, ya haya sido gracias a su trabajo para sostenerse y costear sus estudios, o el endeudarse con créditos educativos, el mercado laboral no les garantiza fuentes de empleo en lo que se prepararon para recuperar su inversión, ni mucho menos para lograr una mejor calidad de vida, dicho de otra forma, en este país la educación no es garantía de ascenso social ni de elevar los ingresos.
Frente a este panorama y la crisis que vive la juventud, no queda otro camino que organizar la indignación ante la carestía de la vida y la falta de oportunidades, la juventud proletaria, la juventud precarizada, la juventud marginada y explotada que se mantiene en las calles movilizándose, tiene la tarea de que su convicción, su descontento, su conciencia política y su embrionaria organización trascienda y se eleve. Pues a pesar de ser el sector social protagonista del paro, su proyección y sus exigencias se deben orientar a articularse con todas las problemáticas e históricas reivindicaciones de la clase trabajadora y las clases populares. Ejercicios como las Asambleas populares, la articulación y coordinación entre las diversas expresiones juveniles, son iniciativas que se deben fortalecer para ganar en organización. La juventud que está en las calles debe seguir participando en política, por sus mismas problemáticas y por lo que ha sido sometida, debe informarse y formarse sobre los grandes problemas que atraviesa el país, es aquí donde las organizaciones juveniles y estudiantiles tienen la ardua labor de reforzar la difusión del conocimiento a los jóvenes que no acceden a los centros académicos.
No obstante, si bien son los jóvenes los que han estado en primera línea en las movilizaciones de los últimos años, su tarea también se extiende en sumar cada vez más a los amplios sectores de proletarios precarizados, trabajadores y trabajadoras del campo y de la ciudad, vendedores ambulantes, amas de casa, trabajadores informales, y todos aquellos que día a día se rebuscan el diario para sobrevivir, pues es preciso tener en cuenta que esta no es una lucha sectorizada ni mucho menos generacional, es una lucha que nos compete como clase social explotada y dominada por el capital.
En últimas, una generación que le perdió el miedo a la pandemia y a la represión estatal, y que evidentemente no tiene nada que perder salvo las cadenas de su esclavitud de clase, es una generación que tiene la tarea de contribuir en la articulación con todos los sectores y clases marginadas a superar el orden burgués vigente, organizarse es su compromiso, mantenerse en la lucha es su deber.