Así como cualquier terrestre sentado en un avión, que vuela por encima de su planeta de un punto a otro, Juan Manuel Santos, ya preso en una silla por un cinturón de seguridad, se tuvo que aguantar una puteada por todo lo alto.
Ya sin el manto de parte de la parafernalia de la “dignidad presidencial” que implica filtros, portavoces, poner la cara cuando conviene, esconderla cuando no, sin escoltas, ni edecanes y solo, solito, solo, no tuvo más remedio que soportar en silencio una puteada por todo lo alto que le embistió con bravas palabras una pasajera del mismo vuelo que iba desde Bogotá hasta New York.
Epitetos puntudamente empitonados como “qué vergüenza este tipo!” , “ladrón de mierda”, “entregó el país por su ambición de un pinche Nobel”, “¿dónde está su paz?”, y otras perlas más de un verdadero rosario de insultos convirtieron el vuelo del expresidente en un verdadero viacrucis sin las escalas que el mismo Cristo tuvo en el suyo propio.
Lo cierto de este incidente es que la señora furibundamente indignada puso el grito en el cielo, a tal potencia y volumen que no se podían escuchar las instrucciones de la tripulación.
Nada podía hacer el expresidente, excepto hacerse el de oídos sordos y simular estar leyendo cualquier cosa. Tampoco podían hacer nada los demás pasajeros, en su inmensa mayoría colombianos, de quienes sospecho que tampoco querían hacer nada.
Su silencio fue un acto de opinión a favor de la embravecida señora, que tuvo el valor de “cantarle la tabla” al expresidente, y que sin duda también, en su gran mayoría, pensaban lo mismo.
Como era un vuelo tempranero, Santos supo con ese desayuno cómo iba a ser el almuerzo.Es decir, si Santos pensaba que de ahora en adelante todo van a ser lisonjas y aplausos después de sus conferencias de paz por todo el mundo que ya debe tener agendadas, pues no señor.
La verdad es que ya el expresidente sabe que está expuesto a que cualquier indignado(a) lo levante a insultos porque en realidad la verdad es que untó de mermelada a los políticos corruptos, pasó de agache el el caso Odebrecht y su tal paz ya no se la creen ni los mismos terroristas con quienes la firmó calculadamente antes de la entrega de los premios Nobel.
Sabe ya el expresidente que en cualquier escenario de Colombia y el mundo le van a poner el grito en cielo, aunque no vaya en un avión.