Hasta antes de que el martillo de la condena retumbara en sus oídos, Otoniel estaba recluido en Brooklyn, en una cárcel de seguridad media. Todavía el peso de sus pecados no lo había tocado. Después de emitirse el veredicto, cuarenta y cinco años de cárcel, el capo del Clan del Golfo tendrá un destino similar al que tuvo el Chapo Guzmán.
Su casa en lo que le reste de vida será al ADX Florence en la mitad de un desierto en Colorado. Florence es la prisión más segura del país. Allí están los culpables que aún quedan vivos de la caída de las torres gemelas, está el hombre de ascendencia chechena que activó el botón de la bomba que mató a tres personas en la maratón de Bostón. Está el sirio que es considerado el mayor traficante de armas del mundo. Están narcos mexicanos. Lo peor de lo peor o al menos lo que los gringos consideran que es lo peor de lo peor. Allí está el Chapo, allí murió el Unabomber, allí está Simón Trinidad, está Robert Hannsen, el funcionario del FBI que fue condenado por traición a la patria al venderle secretos de Estados Unidos a los rusos, está un médico que envenenó a 60 de sus pacientes, está también Simón Trinidad. Y ahí estará Otoniel hasta el final de sus días.
Simón Trinidad vive sus días en esta cárcel alejado de todo el mundo.
Otoniel no será juzgado por sus peores pecados, su gusto descarnado por estar con jovencitas de 13 o 14 años, o asesinar a un centenar de policías, sino por llevar cocaína a los Estados Unidos. En el remoto condado de Femont County el único movimiento que hay de noche es el que hacen las serpientes de cascabel al reptar por entre las rocas rojizas. La cárcel ocupa 20 hectáreas y desde adentro de sus paredes se siente lo alejado del mundo que están estos enterrados en vida. Porque, para la mayoría, la única manera de salir de allí es en un cajón. Sólo hay una vía de acceso que está completamente controlado por la policía local. Las celdas son de 3.5 metros cuadrados por dos metros. El cemento es el material del que está hecha la cama, el escritorio. El que no sufra de claustrofobia lo empezará a sentir ahí.
La ventana sólo mide diez centímetros. El encierro es total. No hay ninguna posibilidad de saber dónde se está. Es un purgatorio en vida. Es el desconocimiento absoluto de la realidad. Esa celda es la única realidad que tiene el reo. Allí va a comer, va a dormir, va a caminar y pensar en todo lo malo que hizo. Sólo una hora estará afuera de ese lugar, en esa hora lo llevan a un lugar que es como una piscina vacía donde el preso podría estar caminando en círculo. Sólo los más duros conservan la razón, no pierden la fe.
Algunos de los directores de la propia cárcel la han criticado porque dicen que no es apta para humanos. En este lugar deberá estar sepultado en vida un hombre cuya sonrisa, en el momento de su captura, le dio la vuelta al mundo.
