Alguna vez le pregunté a una amiga de la China que ella dónde arrancaba a contar su pasado (como diciendo el de su país, su gente). Ella me respondió que desde hace mucho, que ellos se identificaban, a pesar de la Revolución Cultural, con los antiguos emperadores de la China, que pueden haber vivido hace más de mil años.
A los europeos les pasa igual, creo, y los italianos si bien no se si cuentan desde los romanos, porque ahí hubo un quiebre importante si son herederos de los pensadores y artistas y mercadores de los siglos trece, catorce y quince. Así que cuentan los suyos mirando al menos 600 años para atrás.
La pregunta surgió pensando yo (nosotros) desde dónde contamos. Con absoluta seguridad cuento desde la Independencia, de pronto también la Colonia tardía, y las historias de Caldas y Mutis y esa gente tienen más que ver con lo que somos —soy hoy en día—. Pero no se si las historias de los muiscas y los taironas son mías, como quien habla de sus ancestros, pero me siento totalmente identificada con, por ejemplo, cuando los españoles luchaban contra los andaluces en la península Ibérica. Todo va, creo, a eso de ser mestizo y no ser ni lo uno, ni lo otro, siendo ambas cosas tan distintas.
Es decir que la historia que es mía —es nuestra— es mucho más joven, unos doscientos años.
Pero que sea joven no tiene, per se, nada de malo. Otros países jóvenes (como Estados Unidos) tienen una tradición del legado fuertísima y yo creo que eso es bueno. Creo, de verdad, que compartir historias nos hace sentir unidos, y responsables los unos con los otros y eso crea “nación” y “patria” —como me dijo una profesora de sociales hace un tiempo, y tenía toda la razón—.
Hablar de nación y patria, claro, puede ser muy controvertido. Son conceptos que se han usado en estados totalitarios para marcar diferencias, y excluir a algunos y hacer muchísimo daño. Pero no veo por qué tiene que ser así. Nosotros, al fin de cuentas, somos totalmente diversos y el reto nuestro es sería hacer de la nuestra una nación que admita muchas historias, muchos pasados y tradiciones (por ejemplo, en mi historia nacional tengo que incluir a Benkos Biohó, así yo no sea palenquera —por mucho que me gustaría poder cantar como ellas— e, incluso, saber algo de las tribus yoruba y bantú en África).
(Todo esto, creo, al margen de problemas que tiene el país que menos tienen que ver con otras cosas, como el narcotráfico. Pero si para hacer frente a muchas formas en que somos excluyentes o para muchas formas de violencia que también tenemos por ahí latentes).
La pregunta sobre la construcción una identidad nacional en un país totalmente mestizo y diverso (y donde además ese mestizaje y diversidad es heredero de la conquista de un pueblo sobre otros, etc.) es muy interesante. Es, además, relevante hoy en día porque es parecida a la problemática que tienen hoy los países que se enfrentan a fenómenos importantes de inmigración y que tienen que incluir personas distintas en sus sociedades. No solo por motivos éticos y solidarios, sino porque es la única manera de garantizar que sigan funcionando. (Al respecto, Estados Unidos, es muy interesante, porque desde siempre ha sido un país de inmigrantes).
Pero de pronto llega el Mundial. Yo no me acordaba de que un mundial pudiera ser así de emocionante. Después de unas elecciones que terminaron por dividir al país como, me imagino, estuvo alguna vez dividido en conservadores y liberales —cuando no hay argumento racional que valga y simplemente el del otro lado es lo peor que le pasó al país— vienen estos señores que son de mi edad y no solo bailan y se bailan todo Brasil si no que nos ponen a bailar a nosotros (y al mundo). Debe ser algo así como lo que los alemanes sentían en el 2006.
Y entonces en estos días no importa tanto dónde arrancó nuestra historia porque estamos viviendo la historia, y no importa qué clase de colombianos somos porque al fin de cuentas somos colombianos y, cuando sale la Sele, solo de eso es de lo que se trata.