Una herida que tardará en sanar, pero sanará

Una herida que tardará en sanar, pero sanará

"¿A qué costo hemos llegado a esto en términos de marginación, explotación, exclusión y estigmatización en Cali?"

Por: HERNANDO URRIAGO BENÍTEZ
mayo 10, 2021
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Una herida que tardará en sanar, pero sanará
Confieso que tengo, como ustedes, la cabeza un poco nublada. Llena de ese humo espeso que sube al cielo de Cali desde todos los costados y que se encapsula gracias a mañanas sin viento como la de este lunes 10 de mayo de 2021.
 
Confieso que ando perplejo, atónito, triste, angustiado, vacío, rabioso, escéptico y cansado. Agotado. Peor que si hubiera coronado tres puertos de montaña en bicicleta con diez o treinta kilos de equipaje. Quisiera estar nostálgico por ese mejor país pasado, pero no se puede sentir nostalgia por algo que uno nunca vio ni vivió. Agotado, sí, porque el peso de Colombia en las espaldas es un fardo que aplasta y quita el aire, y entonces me equivoco al comparar mi agotamiento con el viaje en bicicleta, que nunca cansa sino que otorga esa rara energía mientras nos vamos diluyendo en el paisaje.
 
Quiero situarme en medio de la herida, donde más duele, para darme razones acerca de por qué en Cali una crisis económica y social ha servido de estallido civil, de bronca manifiesta de puertas abiertas hacia el otro, en abierto desafío de toda alteridad.
 
La primera pregunta que surge de esa herida es: ¿qué responsabilidad tenemos los educadores que formamos desde el lenguaje, la historia, la geografía en el hecho de que uno de nuestros sectores poblacionales haya reaccionado con armas de fuego contra otro sector poblacional, esta vez una comunidad indígena —lo escribo así porque ellos mismos así se denominan—, en el espacio de un barrio "exclusivo", frente a una universidad pública y al lado de la fuerza pública representada en la Policía Nacional?
 
En Cali el paro inició el 28 de abril con un hecho que parte aguas en la historia. Después de este suceso ya nada puede ser igual ni decirse igual en la ciudad: el derribo de la estatua de Sebastián de Belalcázar en el oeste de Cali. Confieso que unas horas antes yo pensé: "Ahora van por Sebas", como en aquellas premoniciones que endilgan al sexto sentido. Y así fue.
 
El acto de la cultura misak, del departamento del Cauca, merecerá a mediano plazo debido tratamiento de historiadores y monumentalistas. Pero otra pregunta en esta herida abierta me interpela: ¿por qué Cali es una ciudad que, exceptuando algún sector de la academia, se resiste a interrogar su pasado, a formular inquietudes acerca de cómo y quiénes escribieron la historia, a cuestionar lo consagrado, lo "atesorado"? Para dar un ejemplo. Una de las estrofas del himno a Santiago de Cali dice:
 
Domadora que selva y pantano
transformaste en fabril colmenar,
abres rutas y cumples la cita
con las cumbres andinas y el mar.
 
¿Quién y a quién se "domó", como decir, se amaestró, se subyugó para asegurar el tránsito de la "barbarie" del pantano selvático a la "civilización del "fabril colmenar"? ¿A qué costo hemos llegado a esto en términos de marginación, explotación, exclusión y estigmatización en Cali, en este "colmenar" industrioso y pujante?
 
Confieso que recuerdo haber pintado en mi mapa de Santiago de Cali de tercero de primaria muchos ríos, mucho verde, los farallones y el escudo con su villorio, su cascada, su mar y sus navíos. Por ninguna parte el pasado indígena. Por ningún lado el pasado negro (excúsenme si empleo los términos equivocados pues no soy especialista). Solo una apología a la conquista y a la colonia, y pare de contar.
 
En esa medida también debo recordar que Sebastián de Belalcázar, La Ermita y la Iglesia de La Merced eran las imágenes infaltables a la hora de relatar en mis tareas la historia de Cali. Mis profesoras, formadas seguramente en la universidad pública, con seguridad tenían un sentido crítico de la historia, pero a la hora de ubicarse en el espacio legitimador del colegio terminaban "formando" según los moldes heredados. De suerte que del relato histórico era desalojado el pasado indígena, el pasado negro, y lo que no se da a conocer no existe. No es. Y menos, claro, puede reconocerse.
 
Una última pregunta de esta herida es, justamente, cómo y cuándo sanará la misma.
 
Pienso que pertenecemos a una sociedad civil en mora de hacer restitución, quizá una refundación, por la palabra. Aquí seguimos refiriéndonos con rabia, con fiereza, con rencor, con resentimiento a "ricos", "pobres", "indios", "negros", "pirobos", "gente de bien", "paracos", "guerrillos", etcétera (hagan su inventario propio). Una restitución por la palabra que genere sentido de pertenencia, perdido en Cali y en otras ciudades cuando permitimos que destruyan la ciudad, siempre y cuando los límites de esta destrucción estén lejos de nuestra casa. Una restitución por la palabra que permita volver al pasado sin "ojos imperiales" (según la frase de Mary Louise Pratt) pero tampoco con la cerrazón del "autoctonismo", sin el populismo etnográfico donde solo cabe lo que se parece y brilla y habla y huele igual a mí.
 
La herida sanará, aunque tardará en hacerlo. Acaso nos la hemos pasado en Cali instalados en el idilio ferial y futbolero, porque acaso creemos que únicamente debemos mezclarnos, "Somos Cali", en el Salsódromo —por lo demás la gran metáfora del clasismo y el arribimos locales—, y entonces llegó el tiempo de estremecer nuestras cabezas. De fracturar aún más el pasado; de esculcar en su carne y sus huesos aquellas palabras que reconcilien o reescriban el nosotros.
 
Ya vendrá también el tiempo de abrazar.
* Prof. Universidad del Valle.
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