El escritor payanés Diego Castrillón –quizás recordando esa larga disputa entre hacendados caucanos e indígenas– publicó en 1973 una novela que logra explicar la problemática social de su departamento: José Tombé.
En ella una comunidad amerindia enardecida, cansada de tantas humillaciones e injusticias, decide revelarse contra la población terrateniente que no le permite vivir con dignidad, hasta el punto de restablecer con su venganza su legítimo derecho a la tierra.
Esta ficción narrativa, con tintes muy realistas, nos lleva a pensar críticamente en la persona de Manuel Quintín Lame, líder indígena caucano que se enfrentó a la excluyente oligarquía payanesa, corriendo el riesgo de ser asesinado por hacer valer los derechos de su comunidad.
Si bien tuvo que pasar los últimos años de vida en otros departamentos, concretamente en el Tolima y Huila, donde fundó algunos resguardos, su legado nunca murió en el sentir de sus paisanos.
Con la llegada del actual gobierno, marcado por una fuerte reivindicación social, las organizaciones indígenas caucanas creen que es el momento de revivir su lucha, y reclamar lo que Diego Castrillón, en su novela, y Manuel Quintín Lame, en los años que militó en el territorio caucano, denunciaron con tanto ahínco: el despotismo del terrateniente payanés.
Es una herida que sigue abierta, que tiene su explicación en el sufrimiento de los paeces y guámbianos. Se debe comprender que estos pueblos siempre fueron humillados, marginados y sometidos a vivir en las peores condiciones geográficas.
Por lo tanto, la bandera de su causa está en el despojo territorial que nadie les reconoce, siendo para ellos un acto de reivindicación histórica invadir las tierras que los ingenios azucareros y las haciendas payanesas ostentan.
Que se tenga en cuenta que en esta Colombia de contradicciones nunca se ha hecho una reforma agraria, ni mucho menos se ha reconocido las cosmovisiones de los pueblos ancestrales, sino que simplemente se ha sometido a las comunidades amerindias a vivir bajo el arbitrio de sus opresores.
Esto explica el por qué de la violencia que hoy preocupa a los terratenientes caucanos, que por ningún lado reconocen la violencia y los despojos que en el pasado generaron.
Históricamente esta confrontación se remonta a la conquista de Sebastián de Belalcazar, pasando por todos los vejámenes que aduras penas algunos libros de historia se atreven a mencionar.
Solamente que ahora la lucha indígena toma mayor relevancia, no tanto por los reclamos que hace, sino por la preocupación que siente su vecino payanés, el cual cree que se le están vulnerando sus inmerecidos derechos.
Es necesario no caer en lo que por ahí dicen algunos medios latifundistas, carentes del conocimiento necesario para explicar una problemática que nunca se abordó, por el simple hecho del usufructo de un territorio como el caucano que no ha reconocido sus diferencias.
En él viven indios, negros, mestizos y blancos, pero estos últimos han sido los que realmente han participado del derecho a la tierra: los que siempre contaron con el reconocimiento de un Estado cuyas políticas gubernamentales son el reflejo de la discriminación.
Siempre se va a desear la paz, el consenso social, pero independientemente de lo que cualquiera pueda pensar, las comunidades organizadas caucanas tienen derecho a ser reivindicadas, así como durante mucho tiempo este país reivindicó los derechos del hacendado que las subyugó y las obligo a vivir en el frío de la cordillera, tal como bien acontece en la narración de José Tombé.