Espero, como miles, el partido entre la selección Colombia Sub 23 contra Estados Unidos. Entonces veo por primera vez la invitación de Álvaro Uribe a la marcha del 2 de Abril. La inteligente elección del prime time me causa gracia y pienso en cambiar el canal pero, aunque con ese acento cada vez más teatral y encarnizado que raya en el fastidio, el ahora senador inicia su discurso con una verdad atronadora: “La calle es un espacio para manifestar nuestras preocupaciones por la patria”. Preocupaciones que, cuando se habla del expresidente, no están históricamente ligadas a las necesidades de los ciudadanos del común.
La retahíla de denuncias que viene tras la introducción, me da la fugaz esperanza de escuchar de primera mano la confesión de Uribe. Cuando menciona “mal manejo de la economía”, “bajos salarios”, “inflación”, “alto endeudamiento y déficit” y un revés en la capacidad adquisitiva de los trabajadores, imagino que se refiere a hechos ocurridos en sus ocho años de gobierno: el bajo crecimiento económico en relación a los demás países latinoamericanos; el aplazamiento de cruciales obras de infraestructura (navegabilidad en el Río Magdalena y actualización de la vía férrea, por ejemplo); la casi nula inversión en ciencia y tecnología, además del TLC que impulsó de modo tan ferviente entre sus llamadas “confianza inversionista” y “seguridad democrática”. Tratado que tomó al país con la guardia baja tras la improvisación de Uribe en época de la crisis financiera global.
Pero tanta dicha no puede ser posible. Con el cinismo más rastrero, el presidente del Centro Democrático se siente con autoridad de hacer señalamientos al gobierno de Juan Manuel Santos. Señalamientos como “contratos a amigos”, que bien podría ser parte de la investigación a sus hijos, Tomás y Jerónimo Uribe. “Altos impuestos” y “golpes a la capacidad adquisitiva de los trabajadores” parece una ironía cruel ante el aumento del 8% al 16% que propició en el IVA, la eliminación de primas de servicios y técnicas que propuso y luego derogó con miras a la reelección. Habla de “freno a la creación de empleos”, cuando el desempleo en su gobierno alcanzó un nivel inimaginablemente alto, a raíz de la ley 50 de 1990 de la que fue defensor y ponente, abriendo paso a los contratos de tres y cuatro meses, además de erradicar la prima por antigüedad.
En tiempos de coyuntura, el uribismo pesca en río revuelto. Incluso con este comercial agitador que parece hecho de afán. Veo el rostro rencoroso del expresidente, que a veces titubea antes del siguiente argumento con el que despotricará. Habla de “creación de nuevas violencias”, tema en el que es experto desde la instauración de las CONVIVIR. Habla de un “proceso de paz inestable”. Ese que los mismos negociadores aplazan para concertar vías de aplicación y refrendación. Me hace falta que en este último tema se ponga de ejemplo como de costumbre, ya que nunca menciona el proceso de paz, de seguro muy estable, que intentó iniciar fuera del marco institucional. Y sí, lo intentó mientras juraba en los medios que acabaría por la fuerza con la guerrilla.
Veo que llena su comercial con rostros encontrados en la calle. En busca del estereotipo de apoyo total, le entrega el letrero a un campesino, a un estudiante, a un afrodescendiente, a un par de personas mayores y a una joven que trata de emitir con orgullo el mensaje “yo marcho el dos de Abril”. No más inseguridad, exclama un joven, como exclamaran en su tiempo las víctimas de Los Doce Apóstoles y los demás frentes de las AUC. No más derroche, enuncia otro, como si reclamara por los $27 mil millones diarios que le costó la guerra a Colombia durante el período Uribe. Pienso en los 8 millones de manifestantes invisibles que el senador Alfredo Rangel prevé para la marcha. Pienso en los volantes que dejan de dos en dos bajo las puertas de mi barrio invitándonos a marchar. Me pregunto si, aunque la paz de Santos en realidad es una farsa, no será un camino viable para dejar de aterrarnos con la guerra y empezar a aterrarnos del hambre, el crimen y la corrupción. En fin, cualquiera dirá que soy un mamerto.
Una selección no muy prometedora marca el primer gol. Me revolotea por la mente la esperanzadora frase con la que Uribe despacha su invitación: “los procesos de impunidad terminan, tarde que temprano, cayéndose”.