Alguna vez una trabajadora social de la universidad me enseñó una frase que se quedó clavada en mi memoria como tinta indeleble: "Aquel que se acostumbra a arrastrarse por el suelo, como los gusanos, renuncia a la posibilidad de protestar cuando se siente aplastado". Nunca me dijo quién fue el autor de tamaña frase, ni yo me he dado a la tarea de averiguarlo, pero lo cierto es que este decir me reventó contra una realidad muy natural entre los colombianos. Durante largos años que suman décadas enteras hemos vivido de agachas frente a unas fuerzas que nos llevan de un lado para el otro, sin que los verdaderos dueños de la finca, como decía Jaime Garzón, sepamos hacia dónde coger.
Es bueno recordar lo que aún sigue siendo nuestro. Tenemos una finca bastante grande. Mide cerca de 2.2 millones de kilómetros cuadrados, incluyendo sus zonas marítimas. Sí, hay que incluirlas, que lo recuerden los habitantes de San Andrés y Providencia, ellos también son Colombia, pero sobre todo, que no lo olviden los gobernantes que deben defenderlos desde Bogotá. Si la comparamos con la extensión territorial de toda Europa, que son unos 10.1 millones de kilómetros cuadrados, nuestra finca ocupa más del 20% de todo ese continente, y ya quisieran muchos europeos que sus respectivas fincas de procedencia tuvieran la extensión y las riquezas que tiene la nuestra.
Esta finca nuestra da para que todos podamos disfrutar con cierta holgura de sus riquezas. Esto es muy importante saberlo, sobre todo a la hora de elegir quien nos la administre. Tenemos suficiente agua, tanto salada, como dulce, tierra fértil en abundancia para cultivar y una gente tremendamente laboriosa capaz de generar una fuerza laboral increíble, pero sobre todo, con una inteligencia y una tenacidad realmente envidiable. Cuando sumamos lo que tiene “nuestra tierrita” con nuestra capacidad laboral y nuestra inteligencia, eso da para llegar bien lejos como pan. Estos son elementos sumamente valiosos a la luz de la realidad global. El mundo se está quedando sin tierras para cultivar y no por falta de suelos, sino porque la hemos drenado a tal punto que ya no resiste para poder suplir la cuantiosa demanda de alimentos.
Sin embargo, nuestra finca tiene territorios tan alejados y tan incomunicados que nuestros hermanos y hermanas a duras penas conocen sus alrededores. No hemos logrado hacer los caminos y carreteras necesarias para que toda nuestra gente conozca lo que posee. Muchas veces me ha pasado, estando de visita en otros lugares, observando todo lo que otros han podido hacer con sus respectivas fincas, que he llegado a la simple y llana conclusión de que todo lo que nos falta es física voluntad para cambiar las cosas. Con un tren, por ejemplo, un aparato que no requiere de tanta tecnología como para ser construido en nuestra propia finca, podríamos sacar del olvido a millones de nuestros coterráneos, mientras circularían por todo nuestro territorio los alimentos suficientes como para que no mueran nuestros niños de física hambre ni en La Guajira, ni en ninguna otra parte de Colombia.
Ya me dirán muchos que eso supone ingentes esfuerzos económicos y yo les contesto sí, pero más fuerza de voluntad que cualquier otra cosa. Poner barras de hierro que se pueden fabricar en nuestro territorio no requiere de tanta inyección económica, como si de mano de obra dispuesta a construir una finca con mejores medios de comunicación que los actuales. En otras fincas del mundo la gente adopta vías y se encarga de que siempre estén en buenas condiciones. Nosotros no creo que seamos menos, aunque se diga hasta el cansancio que somos indolentes. ¿Cuánto cuesta fabricar un pedazo de vía férrea? ¿Todavía estamos tan atrasados como para no saber construir un motor de combustión que use nuestro carbón extraído en el Cerrejón? Si ya desarrollamos modelos de coches eléctricos, que nos hace falta para llegar a un motor de combustión, ingenio es lo que nos sobra, sino pregúntenles a los niños que suben y bajan verdaderos riscos para ir diariamente a clase y así poderse medianamente educar.
Alguna vez leí en algún lugar que no recuerdo, que si un turista quería conocer un llano inmenso se fuera a las pampas argentinas, que si, por el contrario, quería conocer los Andes, visitar Perú y Bolivia. Que si quería disfrutar del mar del Caribe, se fuera a Cuba, Jamaica o Puerto Rico, o que si quería conocer el Amazonas, se fuera a Brasil. Así mismo, se invitaba al turista a visitar el desierto del Sahara, si lo que quería era conocer el mar de arena y a los beduinos. No obstante, ese mismo escrito le recomendaba al interesado turista que si deseaba conocer un país donde todas esas cosas estuvieran juntas en solo lugar, que tomara la decisión de visitar la finca llamada Colombia. Allí encontraría todas esas maravillas juntas. Suena a cuento de especialistas en marketing, pero la verdad sea dicha, nuestra finca tiene todo eso y más.
Pero para desgracia nuestra, como bien lo afirmó Eduardo Galeano en algún momento (aunque después se retractara de haberlo dicho), nuestra riqueza genera nuestra pobreza, pero no porque otros se lleven lo que nos pertenece por nacimiento, sino porque nosotros lo hemos permitido. Durante muchos años hemos elegido a administradores de esta finca que no la defienden, ni la protegen de los intereses mezquinos. Elegimos administradores y luego se creen los dueños y nosotros lo hemos tolerado hasta que besamos el mismo suelo. Es evidente a la luz de nuestra historia, que entre mas revuelto está el río de la información con la que somos diariamente bombardeados, especialmente cuando hay elecciones, mas difícil se nos hace elegir administrador. Por ello siempre elegimos mal y terminamos pagando las consecuencias de nuestras malas decisiones.
Cada cuatro años volvemos a las mismas, y los candidatos a administrar lo que es nuestro, gastan mas dinero en tratar de convencernos, que el que podríamos invertir en generar conocimiento que nos ayude a sacar el pie del barro. Y sin embargo, aún no hemos aprendido que nadie invierte tanto solo para administrar. Definitivamente hay réditos que provienen de administrar nuestra finca, y esos réditos no van a parar a manos de los colombianos, sino de aquellos que hacen la gran inversión.
El próximo 21 de noviembre habrá un gran paro nacional en la finca y los administradores tienen miedo. Temen otro Chile, o Perú o Bolivia, pero nada va a pasar, porque la nuestra es una sociedad que ha aprendido las enseñanzas de una clase política que sabe más como administrar nuestra conducta política que nuestra finca. Para eso tienen todo un aparataje militar y policial con que respaldar sus acciones. Todo funciona perfectamente a la hora de controlar todo aquello que no está en el orden creado para mantener a los habitantes de la finca absortos en sus propios problemas y pesares. La frente agachada, no mira hacia arriba, hacia los problemas globales que aquejan el buen funcionamiento de la finca Colombia, y que, en últimas, son la causa de por que se agacha la mirada.
Por eso hay que infundir más miedo a los protestantes. Crear problemas y tensiones donde no existen. Así, creado el fantasma, los asistentes al paro, irán prevenidos, o preferirán quedarse en casa. Agachar la cabeza siempre es más fácil que levantarla y decirle a los administradores, ¡ya basta!