Dos adolescentes que no alcanzarían la mayoría en Estados Unidos, Leylah Fernandez, de 19 años y originaria de Canadá, y Emma Raducanu, de 18 años y también originaria de Canadá (pero de nacionalidad británica), disputarán una final inédita e insólita en la historia del tenis femenino, en el US open de los Estados Unidos, el último grand slam de la temporada.
Contra todos los pronósticos de la mayoría de comentaristas internacionales vamos a ver una final con una calidad muy alta en unas edades muy precoces. Las palabras y los elogios no alcanzan para narrar y describir lo que están haciendo este par de tenistas en este torneo.
Mas allá de los 2.500.000 dólares que se llevará la ganadora del torneo, esta final será recordada durante muchos años por las mismas razones que asoman ahora: edades precoces, final contra todos los pronósticos, tenistas con una calidad técnica muy alta, sin nervios, agresivas tenísticamente, y no falta el que avise un mismo color de la piel. incluso algunos supersticiosos han visto en el mestizaje una de las razones del nivel tan alto de ambas tenistas en este torneo: Leylah tiene padre ecuatoriano y madre canadiense de origen filipino; y Emma tiene padre rumano y madre China.
Es una final de un cuento de hadas, que parece el guion exacto para una película soñada. Ya me imagino dentro de varios años un cartel con el título en cualquier cine de Canadá y del mundo: Leylah y Emma, la final soñada.
Leylah Fernandez, tenista de mano zurda que tiene una buena movilidad dentro de la pista. Y Emma Raducanu, con un servicio asombroso y muy raro (en el buen sentido) para la edad que tiene. La primera tenista podría decir que ella le ha ganado a Naomi Osaka, a Angelique Kerber, a Elina Svitolina y a Aryna Sabalenka, a todas ellas en tres sets para llegar a la final; pero la segunda tenista podría responder que ella viene desde la primera ronda de la clasificación hasta la final sin haber perdido ningún set.
Si me preguntan quién tiene más carisma afuera de la cancha de tenis no sabría la respuesta, y si me preguntan quién juega con más alegría también tendría la misma duda. Las respuestas quedarían en el aire. Quizás por la precocidad de las edades, ese divino tesoro de la juventud, no se darán cuenta del partido histórico que tienen en sus espaldas. De algo sí estoy seguro: no jugarán por el dinero (eso vendrá por añadidura); jugarán por ellas mismas, y si me apuran, por la gloria.
Vienen los mejores años del tenis femenino en la era pos-Serena Williams. Será la final soñada. Que gane la mejor, pero ambas ya estarán en la historia del tenis.